Cali, abril 1 de 2025. Actualizado: martes, abril 1, 2025 16:22
¿Quién cuida al mundo cuando nadie quiere liderar?
Durante más de dos décadas, la arquitectura sanitaria internacional tuvo un pilar claro: Estados Unidos. Desde la lucha contra el VIH/SIDA y la malaria hasta la respuesta temprana al COVID-19, Washington sostuvo gran parte del andamiaje técnico, financiero y diplomático que permitió contener múltiples amenazas sanitarias. No se trataba únicamente de solidaridad: era una estrategia de poder blando que elevó la influencia global de EE.UU. mientras salvaba millones de vidas. Los resultados fueron contundentes: las muertes por SIDA cayeron más del 50%, el número de países con altísima mortalidad infantil disminuyó y cientos de centros de vigilancia epidemiológica fueron instalados en África, Asia y América Latina.
Hoy, esa estructura se desmantela. Bajo la doctrina de “America First”, EE.UU. se retiró de la OMS, recortó fondos claves y redujo su presencia internacional en temas de salud. Este repliegue no ha sido sustituido por otras potencias y parece que no fuera a ocurrir. China, pese a su crecimiento económico y proyección internacional, ha optado por una estrategia bilateral centrada en apoyar solo a sus aliados políticos. Sus aportes a la cooperación multilateral son bajos: apenas $25 millones de dólares vs. los $2.000 millones de EE.UU a la estrategia de Gavi, por ejemplo, que es una alianza mundial que busca aumentar el uso de las vacunas de manera equitativa y sostenible.
La salud global se ha convertido en un nuevo campo de batalla geopolítica. Pero el problema es que hoy, ese campo está quedando vacío. Ni EE.UU. ni China —ni mucho menos Rusia— están dispuestos a asumir el liderazgo de una nueva arquitectura sanitaria mundial. Esto no solo plantea un riesgo técnico, es un vacío estratégico. Los sistemas colapsados en regiones como África, Asia o América Latina no solo facilitan la aparición de nuevas pandemias, sino que profundizan la desigualdad, desestabilizan gobiernos y amplifican los conflictos sociales.
Colombia no es ajena a este escenario. Aunque ha hecho avances importantes en salud pública, sigue dependiendo en buena parte de la cooperación internacional para la vigilancia epidemiológica, vacunación y respuesta ante emergencias. Si el sistema de salud global colapsa por falta de liderazgo, sus efectos nos alcanzarán más temprano que tarde y aún más en estos tiempos de “cambio”.
La pregunta ya no es si vendrá una nueva pandemia. Es si estaremos preparados cuando llegue. Y bajo las actuales condiciones, la respuesta es inquietante. Lo preocupante no es solo que Estados Unidos esté cediendo terreno, sino que ese terreno puede quedar desierto. Y en geopolítica, los vacíos se llenan o se convierten en fuentes de inestabilidad. Además, este podría ser el abrebocas de lo que pasará con los espacios que Estados Unidos empieza a dejar sin ocupar en el sistema internacional y la reacción de los otros “polos” de poder global.
América Latina debe comenzar a actuar con visión global. Es momento de fortalecer las capacidades regionales, construir alianzas y diseñar esquemas de cooperación desde lo local. No podemos seguir esperando que otros nos protejan. Las enfermedades no necesitan pasaporte. No reconocen fronteras. Y no se detendrán a esperar que las potencias globales decidan quién cuida al mundo. Es tiempo de asumir nuestro lugar en la nueva arquitectura de la salud global.