Cali, mayo 3 de 2025. Actualizado: viernes, mayo 2, 2025 23:08
Desde la sala de redacción, 35 años de periodismo
Del almacén a la arepa: la informalidad que sostiene a Colombia
Por: Rosa María Agudelo – Directora Diario Occidente
“Después de la pandemia me llamaron otra vez al almacén, les dije que no. Ya había probado lo que era trabajar para mí misma y decidí quedarme vendiendo arepas“.
Así empieza la historia de Laura, una joven universitaria que encontró en la informalidad no un castigo, sino una forma de sobrevivir y, paradójicamente, vivir mejor.
Antes de la pandemia, Laura trabajaba de día y estudiaba de noche.
Ocho horas de pie en un local comercial del centro de Cali, salario mínimo, sin tiempo para almorzar ni para vivir.
La pandemia cerró el negocio y la empujó de vuelta a su corregimiento, donde, junto a su madre, empezó a preparar arepas. Descubrió que en media jornada ganaba lo mismo, y con menos desgaste.
No era de extrañarse que cuando la “formalidad” tocó de nuevo a su puerta, ya había tomado una decisión, seguiría con su puesto de arepas.
Más de la mitad del país trabaja en la informalidad
En Cali, durante este año, se han presentado varios enfrentamientos entre autoridades y trabajadores informales. Por un lado, operativos para recuperar el espacio público han generado riñas con vendedores ambulantes que llevan años ubicados en ciertos puntos.
Por otro, agentes de tránsito han intensificado los controles contra motos sin papeles, afectando a cientos de mototaxistas y mensajeros.
Lo que para algunos es un llamado al orden, para otros es un atentado contra su derecho a sobrevivir. Estas escenas, cada vez más frecuentes, evidencian la fractura entre una normativa pensada desde el escritorio y una realidad que se resuelve en la calle.
La realidad de la informalidad en Colombia es medida periódicamente por el DANE, y aunque las cifras fluctúan —suben o bajan según el momento económico—, la tendencia de fondo se mantiene casi inalterable.
Es una condición estructural del mercado laboral colombiano que, lejos de ser coyuntural, ha persistido durante décadas.
A pesar de planes, más de la mitad de los trabajadores siguen por fuera del sistema formal, lo que evidencia que no estamos ante una crisis pasajera, sino ante una forma de organización económica que el país no ha logrado transformar.
Esta medición constante revela una paradoja nacional: aunque la informalidad es visible y cuantificable, sigue sin resolverse.
Según el Dane, a comienzos de 2025, el 56% de los ocupados en Colombia trabajaba por fuera de la formalidad.
Eso equivale a más de 12 millones de personas sin seguridad social, sin contrato, sin pensión, sin estabilidad pero con ingresos.
En Cali, la tasa ronda el 40%. Y aunque puede parecer menor que el promedio nacional, la cifra esconde realidades como la de los mototaxistas, los vendedores ambulantes, las familias que venden fritanga en esquinas y las miles de mujeres que, como Laura, decidieron quedarse en la calle porque allí les rinde más.
De la casa ajena al rebusque propio
Otra historia. Una mujer que trabajó toda su vida empleada interna en casas de familia, con jornadas eternas desde las cinco de la mañana hasta que se durmiera el último.
Sin prestaciones, con salario bajo y ningún reconocimiento. Hoy vende fritanga en el mismo punto, todos los días desde las cinco de la tarde hasta las nueve de la noche.
Tiene clientes fijos, comida en la mesa y, sobre todo, autonomía. “Informal me va mejor que en un trabajo dizque estable“, dice sin dudar. No tiene pensión y ronda los 60 años.
La calle: escuela y sustento
En el sur de Cali, tres pelados se turnan para controlar el tráfico en un semáforo. Trabajan en horas pico, con coordinación improvisada y reflejos agudos.
Uno dirige los carros, otro vigila el entorno y el tercero se encarga de recoger las monedas.
En tres horas pueden ganar lo mismo que un obrero de construcción en toda una jornada. “La calle da plata, es salir a buscarla“, me dijo uno de ellos con convicción.
El mototaxismo y las apps: el nuevo oficio urbano
Mototaxistas, conductores de Didi, Rappi o Uber Eats. Son parte del paisaje urbano y de las nuevas formas de trabajo que no están reconocidas como empleo formal.
Uno de ellos lo resume así: “Prefiero mi moto que un trabajo esclavizante y mal remunerado. Trabajo todo el día, pero al menos sé que lo que me gano es mi decisión“.
Estas nuevas formas de empleo, conocidas como gig economy, se han expandido rápidamente en Colombia.
Plataformas digitales ofrecen una solución temporal al desempleo, también una nueva forma de informalidad.
Aunque estos trabajadores están hiperconectados, siguen desprotegidos: no tienen contrato laboral, no cotizan a pensión y no cuentan con seguros en caso de accidente. Son independientes y vulnerables.
Este tipo de empleo plantea un reto urgente: adaptar el sistema laboral y de protección social a una realidad que ya no responde a los modelos tradicionales.
El informe de la Misión de Empleo lo dice claro: necesitamos repensar el trabajo para incluir estas realidades, no para seguir ignorándolas.
No es elección, es necesidad
Según el estudio Informalidad laboral en Colombia (1990-2025), la mayoría de las personas que trabajan en la informalidad no lo hacen por gusto, sino por necesidad.
La falta de educación, el desempleo, el subempleo, los costos de la formalidad y la burocracia alejan a millones de colombianos del empleo regulado.
También vale decir que estar vinculado a una empresa “formal” no garantiza un empleo digno.
El 84,3% de los trabajadores en microempresas —negocios con menos de 10 empleados— laboran sin todas las garantías legales.
Es decir, muchas personas que cada día cumplen un horario, incluso dentro de un local o una oficina, siguen por fuera del sistema de protección laboral.
En la Guajira, el Chocó o Buenaventura más del 70% de los trabajadores están en la informalidad. En el campo, la cifra supera el 80%. Allí, el trabajo formal es casi una fantasía.
Informalidad femenina: una doble carga
Para las mujeres, la informalidad no solo está ligada a la falta de educación, a la pobreza o a las condiciones económicas adversas.
También se relaciona con su rol de madres y cuidadoras, que les impide acceder a empleos formales, incluso si han estudiado.
En Colombia, el 92% de las mujeres sin educación básica trabaja en la informalidad. También lo hacen miles que, pese a tener formación, no encuentran oportunidades que se ajusten a sus responsabilidades familiares.
En muchas regiones, ser mujer, madre y trabajadora implica cargar con una triple jornada: producir ingresos, cuidar del hogar y hacerlo todo sin garantías.
¿La solución? Formalizar la dignidad
El camino no es perseguir a los informales ni incomodarnos con su presencia. El camino es crear condiciones reales para que formalizarse valga la pena.
Simplificar trámites, reducir costos, ampliar protección social. También hace falta romper el ciclo de pobreza e informalidad que se hereda de generación en generación.
La informalidad limita el presente, también hipoteca el futuro. Sin ingresos formales ni seguridad social, millones de personas envejecerán sin garantías mínimas.
Combatir esta trampa requiere más que subsidios. Requiere voluntad política, reformas fiscales inteligentes, y una visión de desarrollo que ponga a las personas en el centro.
Porque la informalidad, más que un problema estadístico, es una herida abierta en la estructura social del país.
La informalidad no se supera con discursos, sino con oportunidades. Y eso implica reconocer que, hoy por hoy, el rebusque sostiene buena parte de la economía colombiana.
Y que detrás de cada puesto de arepas, cada semáforo, cada app de transporte, hay una historia de supervivencia que merece ser escuchada, entendida y dignificada.
Desde la sala de redacción: 35 años de periodismo
Este proyecto es una mirada al pasado, al presente y al futuro de Colombia a través de la experiencia periodística.
A través de estas crónicas, busco no solo recordar, sino entender las lecciones que el tiempo nos ha dejado.
Porque el periodismo no es solo contar la historia, sino cuestionarla y, en ocasiones, desafiarla.