Colombia no puede validar a un violador de los derechos humanos

Mientras que la mayoría de los presidentes sudamericanos reunidos en Brasilia dio un espaldarazo a Nicolás Maduro, sólo dos mandatarios, el uruguayo Luis Lacalle y el chileno Gabriel Boric, tomaron distancia de la compleja situación de derechos humanos que se vive en Venezuela por cuenta del régimen chavista, misma que el presidente anfitrión, Luis Inacio Lula Da Silva, desestimó y llamó “narrativa”, lo que generó gran indignación.

Lamentablemente, entre quienes guardaron silencio frente a los crímenes del gobierno de Nicolás Maduro está el presidente colombiano, Gustavo Petro, que desde que asumió el poder se ha dedicado a lavar la imagen del sátrapa heredero de Hugo Chávez.

Los derechos humanos no pueden tener ideología, alguien que se proclame defensor de los mismos, como lo hace el presidente de Colombia, no puede guardar silencio ante los atropellos que comete un gobernante sólo porque es su par ideológico.

El gobierno de Maduro ha reprimido y perseguido a líderes opositores, políticos, activistas y manifestantes que expresan críticas.

Esto incluye detenciones arbitrarias, juicios injustos, torturas, maltrato y violencia física.

En Venezuela está restringida la libertad de expresión, se intimida y acosa a periodistas y se han documentado numerosos casos de violencia y uso excesivo de la fuerza por parte de las fuerzas de seguridad y grupos paramilitares afines al gobierno.

A esto se suma la grave crisis económica y social que ha llevado a una escasez generalizada de alimentos, medicinas y servicios básicos.

Por eso resulta tan grave que el presidente Petro, que ve a diario en los semáforos de las ciudades colombianas los rostros de los migrantes venezolanos, guarde silencio frente a los abusos de Maduro.

La normalización de las relaciones entre el gobierno de Colombia y el régimen de Venezuela no tienen porqué implicar complicidad con un proyecto político que hace mucho dejó de ser democrático.

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