El valor del diálogo en tiempos tensos

Ayer en Bogotá, el arzobispo de Cartagena, Francisco Múnera reunió al presidente Gustavo Petro, al presidente del Senado, Efraín Cepeda, y a los presidentes de las altas cortes, un encuentro valioso, por el solo hecho de sentarlos en la misma mesa, escucharles sin discursos agresivos y recordarles la obligación común de servir al país ya representa un alivio.

En medio de una coyuntura marcada por amenazas, atentados y desconfianza institucional, la intervención de un actor neutral resulta oportuna y necesaria.

La Iglesia, ajena a la pugna partidista, se ofreció como puente y recordó que el objetivo compartido es la paz, un gesto merece reconocimiento, porque coloca la conversación por encima del choque ideológico.

El país lo necesita. Hace apenas días, la marcha del silencio reunió a miles de colombianos que protestaron pacíficamente después del atentado contra el precandidato Miguel Uribe Turbay; fue un reclamo contra la violencia, pero también un llamado urgente a los dirigentes para que no empujen a Colombia hacia la ruptura.

Si las cabezas del Estado se cierran al diálogo, abren la puerta a una división peligrosa.

La lección es clara. La crisis no se resuelve con trincheras retóricas ni insultos y descalificaciones que profundizan la fractura, tampoco imponiendo visiones, se resuelve con respeto, con escucha activa y con la disposición a encontrar puntos de coincidencia.

Nadie exige unanimidad, pero sí madurez y responsabilidad. El diálogo no deslegitima el debate, lo dignifica.

Ojalá este acercamiento marque un cambio de tono. Que el Ejecutivo comprenda que gobernar implica garantizar la convivencia, no exacerbar diferencias, que el Legislativo y la justicia mantengan su autonomía, pero también su disposición a construir, y que la ciudadanía reciba señales de serenidad, no de confrontación.

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