Cuando el silencio se convierte en voz

En Cali, como en otras ciudades del país, la marcha del silencio fue multitudinaria. Ciudadanos de distintas ideologías caminaron juntos, sin gritos ni consignas.

Fue una expresión de cansancio por los insultos, por la violencia que comienza en lo verbal y termina en lo físico. Esta movilización, simbólica pero potente, ocurre en un momento de creciente polarización nacional.

La salud del senador Miguel Uribe tras su atentado fue una razón inmediata, pero no la única. La marcha representó el anhelo de muchos por un país distinto, incluyente, con respeto por las diferencias.

En el silencio, muchos encontraron una forma de decir basta, de exigir que el rumbo cambie. Fue también un mensaje al gobierno: escuchar a quienes no suelen alzar la voz también es gobernar con justicia.

Paradójicamente, esta marcha silenciosa es una invitación a no quedarnos callados. A pronunciarnos, cada quien a su manera, frente al deterioro institucional, la inseguridad y la intolerancia.

En Colombia se dice que “el que calla otorga”. Esta vez fue al revés: el que calla no está de acuerdo, pero ya no confía en los gritos.

Construir un proyecto colectivo exige voluntad de todos. Es urgente recuperar el respeto y la empatía como bases de la convivencia.

El silencio de ayer fue un acto de protesta, de esperanza, de dignidad ciudadana. Fue el anuncio de que hay una mayoría silenciosa que también tiene algo que decir.

Ojalá este gesto inspire a más colombianos a actuar con firmeza pero sin odio. Y que el gobierno lo entienda como una llamada profunda a rectificar y escuchar.

Porque en Colombia, todos debemos caber. Y el futuro se construye con palabras que unen, no con gritos que separan.

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