Cali, mayo 21 de 2025. Actualizado: martes, mayo 20, 2025 23:26
Una reflexión necesaria, hoy cuando se celebra el día de la afrocolombianidad
El racismo no tiene cabida en una sociedad decente
El repudiable acto de discriminación ocurrido en Cali, donde un ciudadano insultó y humilló públicamente a un agente de tránsito por su color de piel, no puede ser visto como un simple altercado.
Es un hecho que desnuda, con crudeza, el racismo estructural que aún persiste en nuestra sociedad, disfrazado muchas veces de “mal genio” o “reacción emocional”.
Desde lo legal, no hay discusión: el racismo es un delito, y como tal debe investigarse y sancionarse.
Pero más allá del Código Penal, lo ocurrido exige una reflexión profunda. La socióloga francesa Colette Guillaumin explicó que el racismo no es solo un acto aislado de odio, sino un sistema de relaciones de poder que deshumaniza al otro, que convierte la diferencia en inferioridad y la inferioridad en justificación para la exclusión.
El humanismo, como corriente filosófica que sitúa la dignidad de todo ser humano en el centro, recuerda que no hay justificación moral para el desprecio.
Las democracias modernas se enfrentan al reto de cultivar emociones públicas saludables: compasión, empatía, respeto, y el racismo, en cualquiera de sus formas, es la negación radical de esos principios.
Lo más doloroso del caso de San Fernando no es solo la carga ofensiva de las palabras, sino la actitud naturalizada del agresor, que parece creer que el color de piel de una persona determina su valor.
Esa mentalidad es peligrosa e inaceptable.
Las sanciones legales contra el racismo deben aplicarse con firmeza, pero también se necesita una respuesta cultural y pedagógica; las instituciones educativas, los medios de comunicación, los líderes sociales y todos los ciudadanos tenemos la responsabilidad de desmontar los discursos de odio y dignificar al otro, en su diferencia.
En un país como Colombia, cuya riqueza está en su diversidad étnica y cultural, no hay lugar para el racismo. Y no solo porque lo diga la ley, sino porque lo exige la decencia.
Una sociedad decente no es aquella que “tolera” la diferencia, sino la que la celebra y la protege.