Cali, julio 26 de 2025. Actualizado: viernes, julio 25, 2025 23:40
El mejor regalo para Cali
Hoy, 25 de julio, nuestra bella Cali cumple 489 años. Una ciudad antigua pero siempre joven, llena de historias y contrastes. Su nombre, Santiago de Cali, aún genera debates entre los historiadores. La parte de “Santiago” es clara, pues coincide con la festividad del apóstol Santiago, patrono de España. Pero sobre “Cali” hay varias versiones. La que siempre me ha gustado más es la que dice que vinieron indígenas aztecas al servicio de los conquistadores, que hablaban náhuatl, y la llamaron calli, que significa “casa”.
Y tal vez por eso, hasta hoy, Cali es casa para muchos. Cerca del 30% de sus habitantes no nacieron aquí. En un principio fueron españoles, aztecas y africanos; luego, migrantes de otras regiones y países. La ciudad, a pesar de ser una de las más antiguas de Latinoamérica, fue durante 374 de sus 489 años apenas un puerto seco, un lugar de paso entre Santafé, Popayán, el Pacífico y Quito.
Pero todo cambió en 1910 con la creación del departamento del Valle del Cauca, cuando Cali fue elegida, casi por azar, como su capital. La apertura del Canal de Panamá en 1914 y la llegada del ferrocarril en 1915 marcaron el inicio de un crecimiento vertiginoso. Con la construcción de la carretera al Pacífico y la modernización de la industria azucarera, Cali se convirtió en un imán para inmigrantes del suroccidente y de otras regiones del país. A mediados del siglo XX, ya era la tercera ciudad más importante de Colombia, y la mayoría de los abuelos de los caleños de hoy no nacieron en la ciudad.
Cali creció de la mano del auge de Buenaventura como puerto de comercio exterior. Primero, moviendo café —cuando Colombia llegó a representar el 20% de las exportaciones mundiales—, luego con manufacturas y empresas de capital extranjero que sofisticaron nuestro aparato productivo. En las últimas siete décadas, la ciudad recibió nuevas olas de migración, principalmente por la violencia en otras regiones, y más recientemente por las crisis sociales de Venezuela.
Es, de hecho, la ciudad que más ha crecido proporcionalmente en Colombia en el último siglo. Desde 1938, su población aumentó 25 veces. Para comparar: Barranquilla creció 9 veces, Medellín 18 y Bogotá 24. Hoy, Cali no solo es casa para quienes nacieron aquí, sino para todos los vallunos, porque de alguna manera todos hemos tenido que venir o vivir aquí en algún momento.
Esa diversidad explica tanto nuestra riqueza como nuestras tensiones. Somos una mezcla de culturas, climas y geografías, y eso nos hace únicos: alegres, emprendedores, resilientes. Pero también nos ha costado construir una identidad común y un verdadero sentido de pertenencia.
Yo, por ejemplo, soy tulueño, pero he vivido en Cali por temporadas durante 15 años y la siento como mi hogar. La quiero como un caleño más y siempre trato de aportar desde donde estoy, porque una ciudad es un ente frágil. La dañamos cuando no respetamos a los demás, cuando incumplimos normas de tránsito, cuando tiramos basura, cuando somos intolerantes, cuando elegimos mal a nuestros gobernantes por un favor o una migaja, cuando no pagamos impuestos, cuando buscamos atajos para todo.
Y esto lo digo porque el deterioro es evidente. Se nota en la seguridad pública, en la seguridad vial, en espacios icónicos de la ciudad que se caen a pedazos, en barrios olvidados que podrían ser ejemplo de renovación. Pero, sobre todo, se siente en lo social, lo político, lo cívico y lo ético.
Muchos explican esto por falta de autoridad o de valores, pero yo creo que el problema de fondo es la falta de amor por la ciudad. Si uno no quiere una ciudad, no le importa si le va bien o mal. Solo le importa sobrevivir. No le importa quién es su alcalde, solo lo que pueda sacar. No le importa afectar la seguridad vial, solo llegar más rápido. No le importa la fealdad de la ciudad, solo hacer el mínimo esfuerzo. No le importa aportar, solo recibir.
Nuestra diversidad cultural, gastronómica y económica es una riqueza inmensa. Pero ese crecimiento desbordado también nos ha pasado factura en algo esencial: construir una identidad colectiva que genere sentido de pertenencia. Porque más que verla como una “casa”, deberíamos verla como un hogar.
No se puede generalizar, claro, pero a la luz de lo que vemos, muchos no sienten a Cali como propia. La siguen viendo como hace más de 100 años: una ciudad de paso, la casa de todos pero el hogar de nadie. Y eso, creo yo, explica gran parte de la crisis histórica que vivimos. Nos incomoda la autoridad y rechazamos el orden porque no sentimos que haya algo común que proteger.
Cambiar esto depende de todos los que vivimos aquí. No podemos esperar a un salvador que nos saque del letargo. Necesitamos líderes que nos inspiren, sí, pero al final todo depende de lo que haga cada uno desde donde esté.
Por eso creo que el mejor regalo que le podemos dar a Cali en su cumpleaños es dejar de ser habitantes y volvernos ciudadanos, comprometernos a sumar desde lo cotidiano, a apropiarnos de la ciudad, a quererla como un hogar y no solo como un sitio de paso. Que nos motive un sentido de pertenencia genuino para trabajar unidos por lo que realmente importa: que a la ciudad le vaya bien.
@edwinhmaldonado