Cali, mayo 3 de 2025. Actualizado: viernes, mayo 2, 2025 23:08

El debate sobre los límites éticos, sociales y mediáticos

Violencia transmitida en vivo: ¿hasta dónde ha llegado la sociedad?

Violencia transmitida en vivo: ¿hasta dónde ha llegado la sociedad?
Foto: Pexels
sábado 3 de mayo, 2025

Una mujer fue violentada en el norte del Cauca, presuntamente por integrantes de una pandilla, por haber cruzado una de las mal llamadas “fronteras invisibles” que fragmentan barrios y comunidades.

El hecho, ocurrido en plena zona urbana del municipio de Puerto Tejada, no solo indigna por su brutalidad, sino por la forma en que fue registrado: la agresión fue transmitida en vivo, convertida en espectáculo digital ante los ojos de cientos de usuarios conectados en redes sociales.

A partir de este suceso, doloroso y perturbador, se hace urgente detenernos a pensar: ¿en qué momento dejamos de reaccionar con horror ante la violencia y comenzamos a consumirla como si fuera entretenimiento? ¿Qué dice de nosotros una sociedad en la que un acto atroz se convierte en contenido compartido y viralizado?

La violencia como contenido en tiempo real

El caso de Puerto Tejada no es aislado. Cada vez son más frecuentes las transmisiones en vivo de actos violentos: peleas, ataques armados, suicidios y linchamientos que circulan libremente por redes.

Lo que antes era cubierto con cautela por los medios, ahora se difunde sin contexto ni límites éticos desde la cámara de cualquier celular.

La inmediatez de las redes ha convertido a cualquier ciudadano en “reportero”, pero sin filtro, sin responsabilidad y muchas veces sin humanidad. Mientras una persona sufre, otra graba.

Mientras una vida corre peligro, otros comentan en tiempo real con emojis y sarcasmo.

Hemos cruzado una línea peligrosa.

¿Consumidores o cómplices?

Cada reproducción, cada compartido, cada reacción alimenta el ciclo.

No basta con indignarse por la agresión si luego se viraliza el video sin pensar en la dignidad de la víctima.

¿Qué función cumplimos cuando vemos pero no ayudamos, cuando denunciamos en redes pero no en las instituciones?

El problema no es solo quien graba, sino la audiencia.

Hay un consumo de violencia que desensibiliza, banaliza el dolor y normaliza lo que debería conmocionar.

Estamos empezando a ver la crueldad con la misma distancia emocional con la que vemos una serie de ficción.

Plataformas digitales: algoritmos que no entienden de ética

Las grandes plataformas como Facebook, Instagram, TikTok o X (antes Twitter) han implementado filtros automáticos y moderadores humanos para detener transmisiones violentas.

Pero los algoritmos no son infalibles ni instantáneos.

Muchas veces, los contenidos se mantienen en línea el tiempo suficiente para viralizarse, ser descargados y multiplicarse.

Peor aún, la violencia genera clics, vistas y comentarios, lo que en términos de algoritmo, la vuelve “contenido valioso”.

Esta lógica de recompensa contribuye a que hechos como el de Puerto Tejada se conviertan en espectáculo, no en denuncia.

Periodismo en crisis ética

El caso también interpela a los medios tradicionales: ¿cómo cubrir estos hechos sin revictimizarlos? ¿Cómo informar sin amplificar el morbo?

La respuesta está en retomar el periodismo con enfoque humano, que priorice la protección de la víctima, que desenfoque rostros, que contextualice, que no se apure por el clic, sino por la verdad con dignidad.

Hay medios que han aprendido esta lección, pero muchos otros siguen tentados por los títulos impactantes y los videos sin filtro.

El caso de Puerto Tejada debería ser un llamado de atención no solo para las plataformas, sino para las salas de redacción.

Impacto psicológico y social

Ver una agresión en vivo no es neutro.

Estudios han demostrado que la exposición frecuente a violencia digital puede causar ansiedad, insomnio, fatiga emocional e incluso estrés postraumático, especialmente en jóvenes.

La naturalización de estos hechos genera un umbral de tolerancia al horror cada vez más alto.

Además, el efecto contagio es real: transmisiones de suicidios, linchamientos o ataques pueden ser replicadas por otros como forma de exhibición, desafío o venganza.

La violencia en vivo no solo muestra, también incita.

¿Dónde trazamos los límites?

Es momento de preguntarnos como sociedad: ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar? ¿Permitiremos que el dolor humano siga siendo contenido para entretener, denunciar y olvidar en cuestión de minutos? ¿O recuperaremos el sentido de lo privado, lo humano, lo ético?

Debemos exigir a las plataformas una regulación más rápida y efectiva, pero también educar a los usuarios en alfabetización digital y empatía.

Denunciar es importante, pero compartir sin filtros puede ser una forma de revictimización. Ver no siempre es ayudar.

A veces, dejar de mirar también es un acto de respeto.

El caso de Puerto Tejada nos confronta con una verdad incómoda: vivimos en una sociedad que ha roto límites básicos de humanidad frente al dolor ajeno.

La violencia ya no se esconde, se transmite. Ya no se silencia, se comenta. Y eso debería alarmarnos a todos.

Si no recuperamos la capacidad de conmovernos, de actuar con responsabilidad y de exigir cambios profundos en la forma en que nos informamos y nos expresamos, corremos el riesgo de normalizar lo inaceptable.

Porque cuando la violencia se vuelve parte del contenido cotidiano, la sociedad entera se vuelve menos humana.


Violencia transmitida en vivo: ¿hasta dónde ha llegado la sociedad?

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