Cali, junio 16 de 2025. Actualizado: lunes, junio 16, 2025 17:52
La teoría de los empáticos y el peso invisible que llevas
¿Y si tu ansiedad no fuera solo tuya?
Hay días en los que te despiertas con un nudo en el pecho y no sabes por qué.
No ha pasado nada grave, nadie te ha gritado, el mundo parece funcionar igual que siempre, pero algo en ti no está bien.
Sientes angustia, taquicardia, la mente corre sin rumbo.
Te preguntas si estás perdiendo el control, si es estrés, si necesitas respirar profundo.
Pero… ¿y si la ansiedad que sientes no fuera realmente tuya?
Esta es la hipótesis que ha tomado fuerza en los últimos años: muchas personas que se creen “hipersensibles” o “ansiosas sin causa” son, en realidad, empáticos extremos.
Es decir, personas con una capacidad no solo emocional, sino energética, para absorber el estado de ánimo de los demás.
No se trata de magia, sino de un tipo de sensibilidad intensa que actúa como una esponja.
Entras a una habitación y, sin darte cuenta, te llevas encima la rabia, la tristeza o el miedo de otros.
Saliste bien de casa, pero vuelves agotado, drenado, como si hubieras vivido diez vidas en un solo día.
Los empáticos, dicen los expertos en energía sutil, no solo escuchan. Sienten.
Cuando alguien llora, les duele el estómago. Cuando alguien miente, lo perciben en la piel.
Cuando hay tensión en el ambiente, el corazón se les acelera. No tienen filtros.
Y eso, si no se gestiona, puede volverse una carga brutal. El empático no sabe dónde termina él y empieza el otro.
Se confunde. Se responsabiliza. Y entonces cree que su ansiedad es personal, cuando en realidad está cargando el duelo ajeno, la angustia de la pareja, el caos de una ciudad entera.
¿Te ha pasado que estás en paz y de pronto, sin razón, te sientes mal? ¿Que cruzas por una zona y sientes pesadez, incomodidad, hasta ganas de llorar? ¿Que después de hablar con alguien, te quedas con su energía pegada por horas?
Si tu respuesta es sí, quizás seas más empático de lo que creías. Y eso no es un defecto.
Es un don. Pero como todo don, necesita ser comprendido y protegido.
El primer paso para un empático es discernir: ¿esto que siento es mío o es de otro?
Es una pregunta sencilla, pero poderosa. Basta detenerte, respirar y observar.
Si no hay una causa clara, si el sentimiento llegó de forma repentina, si se alinea con alguien cercano que está pasando por algo difícil… es probable que estés absorbiendo energía ajena.
Eso no significa ignorarla, sino entender que no te pertenece. Puedes soltarla. No tienes que cargarla.
Protegerte
Existen formas de protección energética para quienes sienten demasiado.
Visualizar una burbuja de luz alrededor de tu cuerpo.
Usar piedras como la turmalina negra o el cuarzo ahumado.
Limpiar tu campo con sal, agua, humo de salvia o sonido.
Crear límites sanos: no todo el mundo merece tener acceso a tu energía.
El empático tiene que aprender a decir “esto no es mío” y devolverlo al universo.
Y también está el autocuidado profundo. Dormir bien. Comer limpio.
Alejarte de personas tóxicas, incluso si son cercanas.
Reconocer cuándo te estás olvidando de ti por salvar a todos los demás.
Porque el empático suele ser salvador. Pero no puedes sanar el mundo si estás roto.
A veces, el acto más espiritual que puedes hacer es proteger tu paz.
La ansiedad, en muchos casos, es una señal de saturación energética.
El cuerpo grita lo que el alma ya no puede sostener. No es locura. Es sensibilidad.
Y en un mundo anestesiado, sentir con profundidad es un superpoder.
Si aprendes a gestionarlo, ser empático no será una maldición. Será tu brújula. Tu radar. Tu forma de cambiar el mundo… sin dejar que el mundo te cambie a ti.