Cali, enero 22 de 2025. Actualizado: miércoles, enero 22, 2025 00:49

El gran patrimonio ambiental de la capital del Valle del Cauca

Los Farallones: la madre de los ríos de Cali y cuna de su biodiversidad

Los Farallones: la madre de los ríos de Cali y cuna de su biodiversidad
miércoles 20 de noviembre, 2024

Por Pedro Luis Barco Díaz, Caronte.

Ah, lástima no ser poeta para cantarle -como se debe- a los Farallones de Cali, esa majestuosa formación rocosa que se yergue abruptamente del suelo, alcanzando altitudes superiores a los 4.000 metros sobre el nivel del mar. Son la madre de todos los ríos de Cali, la cuna de nuestra biodiversidad, el escape al bullicio y, en suma, el refugio de nuestro bienestar mental.

Su esplendor extasía a los visitantes, pero para nosotros, quienes disfrutamos a diario de sus dones, suelen pasar desapercibidos, cuando debieran ser un hechizo constante.

Los farallones, cual descomunal nevera de energía solar, también suavizan el calor en las estaciones ardientes, enviando su aire frío y denso a besar -por las noches- el valle del río Cauca, regalándonos frescura.

Son un auténtico tesoro ecológico y una inmensa fuente de servicios ambientales. Sin embargo, desde hace décadas, sus maravillas están amenazadas por la expansión descontrolada de casas de recreo y por la minería, que destruyen hábitats y deforestan y erosionan sus entrañas sagradas. Y lo que es peor, empequeñecen nuestros recursos hídricos.

A los Farallones de Cali sólo lo amparan los timoratos esfuerzos de Parques Nacionales y la indomable naturaleza de su escarpa, que se resiste valientemente a la devastación humana.

Abajo, en las suaves colinas y en el valle geográfico, donde se asienta nuestra privilegiada ciudad andina de los siete ríos, las zonas grises, abigarradas, han copado la ruralidad y se han estrellado contra el jarillón del río Cauca. Los espacios verdes que nos separaban de Yumbo, Palmira, Candelaria, Puerto Tejada, Candelaria y Jamundí han prácticamente desparecido.

Lo deplorable es que, aunque antaño gozábamos de un espléndido arsenal ambiental y de biodiversidad, hoy en día la mayoría de nuestras zonas verdes y azules están fragmentadas y maltrechas. Después de la COP16, recuperarlas, ampliarlas y reconectarlas, como ordena la meta 12 del Marco Global de Biodiversidad Kunming-Montreal, es la tarea más imperiosa para gobernantes y ciudadanos.

En realidad, el mejor indicador de la calidad de los ecosistemas urbanos, es la biodiversidad y esta, en el distrito de Cali, languidece en la medida que nos alejamos del “santuario de la biodiversidad” que son los farallones.

Esta situación se agravó con la desaparición del extraordinario complejo hidrológico de lagos, lagunas y madres viejas del rio Cauca, antes de la construcción del Canal CVC-Sur y de la represa de Salvajina. ¡No, el, río no estaba mal parido por la naturaleza! ¡No había necesidad de corregirlo! Nuestro desarrollo urbano debía convivir en armonía con sus ciclos naturales.

Una ciudad es básicamente una compleja trama compuesta por el sistema gris de sus edificaciones, el sistema azul de sus ríos y lagos y el sistema verde de sus parques y bosques urbanos. La fauna y la flora, con los debidos corredores y conexiones, pueden adaptarse y reproducirse dentro de la jungla de cemento, pues cargan consigo los genes de la supervivencia y porque los herbívoros, sembradores impenitentes, transportan en sus buches, el milagro de las semillas para sus descendientes.

Los seis ríos que nacen en los farallones, requieren de especial atención, pues todos, sin excepción, han sufrido los embates del crecimiento desordenado de nuestra impetuosa ciudad. Por suerte, contamos con un instrumento normativo que, aunque desconocido e inobservado, es de obligatoria aplicación: el decreto 1449 de 1977, hijo del Código Nacional de Recursos Naturales y nieto de la primera cumbre de Estocolmo.

Este decreto, cien mil veces ignorado, desconocido e inaplicado por nuestras autoridades ambientales, determina que los propietarios, deben mantener en cobertura boscosa “Una faja no inferior a 30 metros de ancho, paralela a las líneas de mareas máximas, a cada lado de los cauces de los ríos, quebradas y arroyos, sean permanentes o no y alrededor de los lagos o depósitos de agua”.

Más claro, imposible. Es de obligatorio cumplimiento tanto en zonas urbanas como rurales, para propietarios privados o públicos de los predios adyacentes. ¿Sabían ustedes, amables lectores que, salvo derechos adquiridos con justo título, las aguas son de dominio público, inalienables e imprescriptibles? ¿Qué se incluye, además “una faja paralela a las líneas de marea máximas o a la del cauce permanente de los ríos y lagos, hasta de treinta metros de ancho”?

Por lo tanto, dichas fajas son bienes de uso público que conllevan una responsabilidad para sus propietarios: mantenerlas en cobertura boscosa.

Tampoco sobra señalar que, la ley 99 de 1993, en su artículo 107, segundo párrafo, estableció que: “Las normas ambientales son de orden público y no podrán ser objeto de transacción o de renuncia a su aplicación por las autoridades o por los particulares”.

En nuestro departamento ni en su capital, se han respetado las frondas protectoras ni del río Cauca, ni de sus afluentes principales, ni de los lagos y lagunas, ni de los nacimientos de agua: ¡toda una hecatombe ambiental!

Por tanto, la restauración e interconexión de los espacios verdes de la ciudad, junto con la restauración de las fajas protectoras de los ríos lagos y lagunas, incluyendo la laguna de “El Pondaje” donde se realizaron las actividades deportivas acuáticas de los Sextos Juegos Panamericanos, constituyen un programa esencial para que Cali pueda merecerse el título de “Capital Mundial de la Biodiversidad”, Sin olvidar, claro está, el componente de biodiversidad del proyecto del Tren de Cercanías y de otros tantos que valen la pena considerar próximamente.

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