Cali, junio 21 de 2025. Actualizado: viernes, junio 20, 2025 23:20
Una mirada al clima emocional de Colombia
Cuando la rabia manda: el agravio como estrategia de división
Por Rosa María Agudelo Ayerbe
Como es habitual, ayer entré a las redes sociales del Diario y me di un paseo por los comentarios. Lo que encontré no es nuevo: insultos entre ciudadanos por razones políticas.
Las frases más cargadas de rabia acumulaban cientos de “me gusta”, y me quedé pensando: ¿Cuándo empezamos a confundir agresión con autenticidad? ¿En qué momento el debate se convirtió en un ring y la descalificación en aplauso?
Hace poco me reencontré con la Escala de Conciencia de David Hawkins, una herramienta que propone que nuestras emociones —individuales y colectivas— pueden medirse, comprenderse y transformarse.
Desde entonces, decidí escribir esta serie de notas para explorar cómo los distintos niveles de conciencia explican el clima emocional que vivimos en Colombia y cómo, desde la ciudadanía, podemos subir el nivel.
La ira en la Escala de Conciencia
La Escala de Conciencia de Hawkins ubica la ira en el nivel 150, dentro de los estados de energía baja. Aunque es más activa que la apatía o el miedo, sigue siendo una emoción que debilita.
Puede encender la chispa del cambio cuando nace del dolor, pero si se instala, se transforma en resentimiento y necesidad de venganza. Desde ahí no se construye. Se ataca, se reacciona, se divide.
Hawkins insiste: todo lo que está por debajo del nivel 200 produce contrafuerza.
La ira, en particular, genera un campo emocional inflamado que puede ser aprovechado… no para sanar, sino para controlar.
Del dolor a la indignación manipulada
Eckhart Tolle lo dice con claridad: “debajo de la ira, siempre hay dolor”. Y en Colombia, ese dolor está acumulado.
Décadas de injusticia, violencia, promesas rotas. La rabia, entonces, no es gratuita. Pero sí puede ser instrumentalizada.
La filósofa Martha Nussbaum propone un concepto clave: la “ira transicional”. Esa que reconoce el agravio, pero no se queda allí.
Renuncia al deseo de castigo y se convierte en energía para que lo injusto no se repita.
Es la indignación que dice: “esto no puede volver a pasar”, y que se canaliza en acción reparadora, no en odio estéril.
En cambio, lo que hoy vemos en Colombia es otra cosa: una rabia que no transita. Que se alimenta. Que se vuelve discurso oficial, formato de noticiero, rutina ciudadana.
Desde el poder se ha instalado una narrativa que apela al agravio, al señalamiento, al insulto. No es torpeza. Es estrategia.
El país atrapado en el agravio
Gritar se volvió sinónimo de firmeza. Ofender, de liderazgo. Dividir, de claridad. Y mientras tanto, la convivencia se resquebraja.
Daniel Goleman, experto en inteligencia emocional, explica que la ira desactiva temporalmente nuestra capacidad de razonar.
La amígdala secuestra al cerebro. Se disparan el cortisol y la adrenalina. La corteza prefrontal —responsable del juicio y la empatía— queda relegada.
En palabras simples: enojados no pensamos bien. Y un país que no piensa bien, no decide bien.
Pero Goleman también señala el antídoto: la autorregulación y la empatía. Contar hasta diez. Respirar antes de responder.
Humanizar al otro, incluso si nos molesta. Porque la empatía desactiva el odio. Y sin odio, la rabia pierde su combustible.
La teórica Chantal Mouffe advierte que las pasiones siempre estarán en la política. Pretender eliminarlas es ingenuo. El reto no es suprimir la ira, sino canalizarla dentro del juego democrático.
Reconocer al otro como adversario, no como enemigo. Dejar espacio para que la indignación ciudadana se exprese en debate público, protesta pacífica, propuestas concretas. No en violencia.
De la rabia al coraje
Imaginemos que usáramos esa energía encendida que sentimos al ver una injusticia no para destruir al “culpable”, sino para liderar los cambios.
Para proponer soluciones. Para organizarnos y actuar. Eso es subir de nivel.
En la Escala de Hawkins, el coraje (nivel 200) marca el punto de quiebre. Es la puerta de salida de las emociones que debilitan.
Es la valentía de actuar desde la esperanza, no desde el odio. De elegir conscientemente no repetir el juego del agravio. De responder con dignidad, incluso cuando nos provocan.
Y esa transformación empieza en lo pequeño: en cómo respondemos en redes, en cómo discutimos en casa, en cómo tratamos al vecino que piensa distinto. La conciencia colectiva se construye de miles de decisiones individuales.
No más ruido. Más conciencia
Colombia no necesita más insultos. Necesita más conciencia. No se trata de reprimir la rabia, sino de liberarla.
Dejar de ser títeres emocionales de quienes nos polarizan para obtener poder. Responder con rabia es seguir el juego. Responder con coraje es empezar a cambiarlo.