Confesiones de Luciano

Jorge Andrés Ordóñez me escribió un correo, que decido compartirles y esta vez llena este espacio: “Luciano buscó refugio en la soledad, no lo digo con palabras del realismo mágico, ni plagio a Gabo, porque fundó su propia tierra y la llamó “Villa Macondo”.

Camina como un Buendía, dejando huellas inmerso en la soledad. Matutinamente espera que la cortina de niebla deje ver el verdor de las montañas vecinas.

Sostiene un vaso de café con la misma mano que ha escrito muchos pergaminos para que Melquiades también descifre. Acecha las ideas para atraparlas en su columna y luego enviar a la redacción.

Remedios, La bella, lo observa desde el mural del salón, porque la sacó de Macondo para llevarla a su lado. En su biblioteca frunce el ceño, se sienta frente a un portátil dispuesto a enfrentar el Word en blanco. Cumple con su compromiso semanal para el periódico.

Al terminar la entrevista conmigo, me invitó a su discoteca, escogió un acetato, lo puso en el reproductor y mientras escuchábamos vallenatos, miré a hurtadillas que debajo de la mesa su pie derecho marcaba el compás contra el suelo.

Cuando le explicaba mis narraciones de “El cielo se hizo pardo”, él me interpelaba con anécdotas de su infancia: sus caminatas por la ribera del Aguacatal y sus alertas para no dejarse sorprender por el “Monstruo de los mangones”.

Confidente me habló de sus amores y que un día huyó de la selva de cemento, buscó una tierra prometida y se refugió en su Villa Macondo. Luciano jamás olvida a sus hermanos, ni sus ancestros y continuará levitando en su soledad” (J.A.O).

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