Cali, noviembre 7 de 2025. Actualizado: viernes, noviembre 7, 2025 22:31
De One Piece a Mamdani: el nuevo lenguaje del poder
En las últimas semanas, desde Indonesia hasta Madagascar, una misma imagen ha empezado a circular en las redes: la bandera pirata de One Piece, un símbolo nacido del anime japonés que hoy representa una forma inédita de protesta contra los gobiernos.
La Generación Z ha reemplazado las consignas por referencias culturales compartidas y ha hecho de sus símbolos un modo de articulación política.
Lo que antes era un meme, ahora es un lenguaje. Y ese lenguaje ya está reescribiendo la gramática del poder.
Detrás de esa bandera no hay un movimiento centralizado ni una ideología única, sino una comunidad que comparte una misma desconfianza hacia la política tradicional.
La protesta ya no ocurre necesariamente en las calles, sino en los códigos visuales que habitan las redes. En un mundo saturado de discursos, esta generación ha descubierto en las imágenes una herramienta capaz de condensar ideas que las palabras ya no alcanzan a expresar.
Ese fenómeno, inicialmente cultural, empezó a tener consecuencias políticas cuando Zohran Mamdani convirtió la viralidad en vehículo de campaña.
En lugar de dirigirse a militantes o estructuras partidarias, enfocó su comunicación hacia una audiencia digital que se consideraba desinteresada, y su discurso se construyó sobre temas que esa generación percibe como propios: la movilidad, la vivienda, el costo de la vida urbana y el acceso a servicios básicos.
La expansión de su mensaje respondió a una lectura afinada del ecosistema digital. Los contenidos circularon con agilidad y, a partir de cierto punto, fue el público quien continuó la propagación.
Mamdani se convirtió en una suerte de recipiente de viralidad: un punto de convergencia sobre el que otros construyeron relatos, videos y mensajes sin coordinación previa.
Esa dinámica no se impuso desde la campaña, sino que emergió de la coherencia percibida entre su discurso y su presencia.
Uno de los ejemplos que sintetiza su método fue el uso del término “halalflación”: la referencia al aumento del precio del arroz y el pollo en los carritos de comida callejera donde muchos trabajadores musulmanes compran su almuerzo.
Con ese concepto, Mamdani tradujo la inflación a un lenguaje de barrio, para que dejara de ser una cifra y se convirtiera en una escena bastante reconocible para todos: “la comida se está encareciendo en la esquina”.
Su campaña no fue una revolución digital, sino un espejo eficaz. Mostró que una parte del electorado —joven, conectada y escéptica— no es apática por indiferencia, sino por saturación de artificio.
Su triunfo reveló que esa generación, que parece dispersa, reacciona cuando percibe autenticidad. Por eso Mamdani logró lo que tantos estrategas persiguen sin éxito: transformar la atención en confianza y la confianza en votos.
El experimento deja abiertas varias preguntas. ¿Podrá la política tradicional adaptarse a un electorado que no milita, pero scrollea con rigor?, ¿qué ocurre cuando la credibilidad depende más del tono que del programa?, ¿y hasta qué punto la naturalidad puede sobrevivir en un entorno que premia la exposición permanente?
El nuevo manual político no consiste en aprender a usar las redes, sino en entender lo que en ellas se habla.
El lenguaje de la Generación Z no busca likes, sino quién lo escuche. Y el desafío para las campañas que vienen, incluidas las de Colombia, será reconocer que el poder ya no se disputa en las calles ni en la televisión, sino en la conversación digital donde se está formando la opinión pública del siglo XXI.
