Cali, octubre 14 de 2025. Actualizado: sábado, octubre 11, 2025 00:45
Dolores de Popayán: La mujer que despedazó a cinco amos con la piedra del molino en Nochebuena, 1706
Popayán, año del Señor de 1706. La ciudad dormía entre villancicos y campanas, las familias blancas reunidas en torno a sus mesas de Navidad, las cocinas ardiendo con buñuelos y natillas, los negros esclavizados sirviendo, cargando, barriendo.
Pero aquella noche, en una hacienda a las afueras de la ciudad, el orden colonial iba a romperse para siempre.
La protagonista fue una mujer conocida solo como Dolores, esclavizada en la casa de don Lorenzo de la Serna, un encomendero de abolengo que, como tantos otros, había amasado su fortuna en oro, ganado y cuerpos negros.
Dolores había soportado años de abuso, violencias que iban desde el látigo hasta la humillación sexual, esa forma de dominio que hacía de las mujeres negras no solo fuerza de trabajo, sino botín de placer.
Las crónicas de la época cuentan que, en la víspera de Nochebuena, cinco hombres —el amo, dos hijos, un capataz y un vecino invitado— habían bebido hasta la embriaguez y encerrado a Dolores en la cocina.
El capataz, ebrio, se jactó de que esa noche “habría fiesta doble” y ordenó que nadie entrara a interrumpirlos. Lo que siguió fue un intento de violación colectiva que desató algo en la mujer.
Dolores tomó la piedra del molino, esa rueda de moler maíz muy pesada, y con una fuerza que el miedo convirtió en furia, descargó el primer golpe sobre el cráneo del capataz.
El ruido del hueso al romperse hizo que los otros reaccionaran, pero ya era tarde. Estaban demasiado ebrios. Al ver su condición, la mujer se movía como si el mismo espíritu de la justicia la guiara.
Uno a uno, los hombres fueron cayendo. Cuando las otras esclavizadas corrieron a ver qué ocurría, encontraron la cocina bañada en sangre y a Dolores de pie, respirando como una fiera, con la piedra aún en las manos, con tal firmeza y odio hacia sus amos, a quienes consideraba hijos del mismo diablo.
El escándalo sacudió a Popayán. La Audiencia abrió juicio de inmediato y el caso llegó a oídos del obispo, que pidió clemencia “por ser noche santa”.
Pero los encomenderos exigieron castigo ejemplar. Dolores fue condenada a morir en el patíbulo. Su cuerpo fue descuartizado y expuesto en las entradas de la ciudad como escarmiento, para que otros negros no siguieran sus pasos.
Las actas del proceso, hoy casi borradas del archivo, dicen que antes de morir gritó: No me arrepiento, porque el Infierno ya lo viví en esta tierra.
La historia de Dolores sobrevivió en la memoria popular. En las cocinas de Popayán se contaba en susurros, y algunas mujeres, al pasar junto al antiguo cadalso, dejaban flores.
Hoy, su nombre es casi desconocido, pero su gesto fue uno de los primeros gritos de rebelión en la Popayán esclavista.
Más que un crimen, lo suyo fue un acto desesperado de justicia. Aquella piedra de molino no solo despedazó cinco cuerpos: también resquebrajó, aunque fuera por una noche, el orden colonial que pretendía mantener a los negros eternamente de rodillas.
Para muchos, Popayán es una de las ciudades más emblemáticas y cultas del país; sin embargo, poco y nada se ha escrito y contado acerca de la crueldad que mostraban los esclavistas hacia los sirvientes.
Hoy, luego de escudriñar la historia, nos permitimos poner en contexto hechos y personajes que durante siglos permanecieron ocultos, todo con el propósito de evitar resignificar la historia, para que las generaciones venideras sigan proclamando a los conquistadores como gente buena.