Cali, diciembre 5 de 2025. Actualizado: viernes, diciembre 5, 2025 17:35

Adrián Zamora Columnista

El backstage de la llave cultural china

Adrián Zamora

En los últimos meses, la conversación global ha quedado fascinada con una ola de suavidad que llega desde Oriente: los juguetes Labubu, el éxito masivo de videojuegos como Black Myth y esa sensación de que China, finalmente, ha encontrado la llave de la cultura pop global.

Una pantalla que el dragón usa para desplegar en paralelo una estrategia de influencia más silenciosa, más selectiva y, sobre todo, más eficaz en el Sur Global.

China comprendió que influir en grandes bloques multilaterales es costoso, pero influir en quien preside la reunión es más eficiente.

Por eso, está concentrando buena parte de su financiación exterior en los países que ocupan la presidencia rotativa de organizaciones como la ASEAN o la Unión Africana.

Durante ese año, China suele darles siete veces más recursos que en períodos normales, unos 90 millones adicionales de promedio.

Los ejemplos recientes ya forman parte del archivo geopolítico. En 2012, Camboya, presidiendo la ASEAN, bloqueó cualquier mención crítica a Beijing en plena crisis del Mar del Sur.

La cumbre terminó sin comunicado final, un hecho inédito. Dos meses después, China anunció 500 millones de dólares en préstamos y subvenciones.

En 2024, Mauritania evitó señalar directamente a Beijing en la crisis por la exportación de pieles de burro mientras presidía la Unión Africana; poco después firmó con Xi Jinping una asociación estratégica y un acuerdo de divisas por 281 millones de dólares.

Pero esta diplomacia económica no se explica solo por ambición exterior. Se explica, también, por urgencias internas, ya que China enfrenta una transformación demográfica sin precedentes: una tasa de fertilidad de 1,1 hijos por mujer, muy por debajo del nivel de reemplazo, y tres años consecutivos de reducción poblacional.

Se trata de un cambio estructural que amenaza el modelo económico que sostuvo el ascenso chino durante cuatro décadas.

Un país que envejece rápido pierde trabajadores, creatividad social, consumo doméstico y capacidad fiscal. Pierde, también, margen geopolítico.

Esa presión demográfica coincide con un segundo punto de estrangulamiento: la dependencia tecnológica.

Las restricciones estadounidenses a semiconductores avanzados, motores aeronáuticos y robótica sofisticada golpean sectores donde China aún no logra autonomía.

No es casual que el próximo Plan Quinquenal, según anticipan filtraciones y análisis especializados, apueste por integrar inteligencia artificial en la educación, multiplicar la financiación de ciencia universitaria, forjar consorcios estatales de I+D y acelerar la transición hacia una red eléctrica profunda y limpia.

Lo que Beijing proyecta hacia fuera y lo que enfrenta hacia dentro son piezas del mismo rompecabezas.

La búsqueda de aliados en África y el Sudeste Asiático no responde solo al deseo de expandir influencia; sino que responde a la necesidad de asegurar mercados jóvenes, acceso a minerales críticos y apoyos políticos que amortigüen cualquier intento de aislamiento occidental. Es una política exterior que mira al sur porque sabe que el tiempo se está acabando.

Entonces, ¿qué tenemos si juntamos todas estas piezas? Un gigante que usa la llave cultural para ganar la batalla narrativa en Occidente, mientras utiliza una llave distinta —la financiera— para moldear intereses diplomáticos en el Sur Global.

Y todo esto ocurre mientras libra, dentro de sus fronteras, una carrera contrarreloj para sostener su población activa, reducir dependencias tecnológicas y reinventarse como superpotencia verde y moderna.

En este escenario, no podemos ver a China como un villano ni como benefactor; es un Estado que está jugando al ajedrez en tableros simultáneos.

Y comprender esa multiplicidad exige mirar más allá del encanto de las puertas que están abriendo.

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