Cali, abril 15 de 2025. Actualizado: martes, abril 15, 2025 20:23
El legado de Carlos H. Morales: sabiduría, humor y firmeza
Lo llevo siempre en mi memoria, tanto que, cuando enfrento un asunto importante, me pregunto: ¿Qué habría hecho Carlos Hache en este caso? Y así me dejo guiar por sus enseñanzas. Durante muchos años, incluso, me acompañó una litografía suya en mi habitación. Es una caricatura ingeniosa, un maderismo, dibujado por Omar rayo para la revista Semana. Aún la conservo.
Moreno, de cabello escaso y ondulado, con unos ojos serenos, que revelaban una sabiduría acumulada. Fumador empedernido, su figura, levemente encorvada, delataba las largas horas dedicadas al estudio y a la reflexión, más que a la actividad física. Pero su voz, ah, su voz era melodiosa, modulada, persuasiva.
Era un maestro de la palabra, tanto en sus discursos como en sus escritos. Sus intervenciones estaban respaldadas por un profundo conocimiento del derecho constitucional, administrativo y penal. Admiraba las teorías de Cesare Lombroso, cuyas reflexiones sobre criminología influyeron en su visión del mundo y en su forma de interpretar la justicia.
Su capacidad para articular ideas complejas y expresarlas con sencillez, lo convertía en un orador excepcional y un conversador brillante. Sus charlas, siempre sazonadas con reflexiones profundas y anécdotas cautivadoras, alcanzaban su máximo esplendor fuera del trabajo, cuando las acompañaba con unos “aguardienticos”, que añadían un toque de calidez y cercanía.
Como escritor, Morales era claro, diáfano y certero. Sus textos reflejaban no solo su dominio profundo del lenguaje, sino también su capacidad para transmitir ideas con precisión y elegancia. Su pluma era tan afilada como su mente, y su legado intelectual sigue siendo un referente.
Lo conocí en 1986, ya sesentón, recién posesionado como Contralor General del Departamento. Es decir, el nuevo jefe de la institución donde yo trabajaba. Para aquel primer encuentro, preparé unos oficios que redacté con primor, buscando impresionarlo. Sin embargo, después de leer el primero, me los devolvió todos sin firmar y, con una sonrisa sutil, me dijo: «Oiga, Pedro Luis, yo soy el Contralor, no la contraloría. Así que vuelva a redactarlos en primera persona del singular. Y nunca intente impresionar a su jefe en una primera entrevista. Lo que me interesa ahora es el ser humano». Aquel día, hablamos de quiénes éramos, de nuestras historias, y así, casi sin darnos cuenta, comenzó una amistad que perduró en el tiempo.
En su primera reunión con el equipo directivo, ante el nerviosismo de todos, nos dijo: “quedan todos confirmados en sus cargos. Si requiero hacer cambios los haré posteriormente cuando tenga un juicio completo sobre el trabajo de cada uno de ustedes”. No requirió hacerlo, porque supo sacar el mejor provecho de cada uno de nosotros.
Nació en Buga, en 1920, esa ciudad que huele a historia y a dulce de guayaba. Morales dejó huella como intelectual, jurista y político. También fue por muchos años profesor universitario. Fue nombrado gobernador del Valle por el presidente Alberto Lleras Camargo en octubre de 1961, cargo que ocupó hasta septiembre de 1962.
Bugüeño hasta los tuétanos, tanto que, cuando ejerció como gobernador y como contralor siguió viviendo en Buga. Prefirió viajar todos los días a Cali a cumplir con sus deberes. El Representante a la Cámara Camilo Arturo Montenegro, escribió que fue un bugüeño consuetudinario y eso impidió que lo hubiéramos conocido como diplomático, ministro de Estado o jefe nacional político. “Prefería la charla y la tertulia en una tienda de barrio, a donde llegaba para deleitar con su fluida conversación, que comprometerse con las intrigas de la alta política nacional”.
Fue una persona nacida en cuna humilde, siempre respetuoso en sus relaciones personales. Afable ante el humilde, pero altivo ante el soberbio. Repetía: «todo el que es prepotente ante el humilde, es servil con el poderoso».
Recuerdo que una vez, cuando yo estaba en su oficina, llegó a su despacho el jefe máximo del liberalismo vallecaucano, el doctor Gustavo Balcázar Monzón. Intenté retirarme, pero Carlos Hache. me dijo que me quedara. Balcázar, con ese aire de quien está acostumbrado a dar órdenes, le solicitó (o mejor, le ordenó) el nombramiento de un colaborador suyo en una de las direcciones de la Contraloría. Morales, con esa amabilidad que no excluía firmeza, le respondió: «No puedo hacerlo, Gustavo. Conozco a tu recomendado, es un gran tipo, pero tengo uno con mayor preparación y que te ayudará mejor en un futuro».
Balcázar, que no esperaba esa respuesta, insistió. Entonces, Carlos Hache le recordó que había aceptado el cargo de contralor con el compromiso de no ceder a presiones. Cuando el poderoso político salió por la puerta del ascensor del sexto piso de la Gobernación, el portazo que le pegó a la puerta fue tan fuerte que hubo que repararla ese mismo día.
Carlos Lemos Simmonds, quien asumió la presidencia de la República de manera interina en 1988, escribió sobre él: “nunca a lo largo de su carrera, se vio enfrentado a justificar su conducta. Para él no existieron jamás inhabilidades distintas a las de su propia conciencia”
En una ocasión, en la fiesta de grado universitario del hijo del senador Luis Guillermo Bustamante, Carlos Hache, padrino de nacimiento del joven Rodrigo Bustamente (quien después fue director del Seguro Social) escuchó los elogios del padre hacia su vástago, afirmando su talento. Con esa picardía que lo distinguía, tomó la palabra y soltó: «Es el primer caso en la historia universal de la genética que un niño hereda la inteligencia de su padrino de bautismo y no la de su padre». La carcajada fue inevitable.
Carlos Hache fue un alumno excepcional de derecho que dejó historia en la universidad del Cauca. Tanto que, en Buga, al comité organizativo de las fiestas se les ocurrió realizar una parodia de juicio penal a la reina de las fiestas. La idea era que alternara con otro gran estudiante de derecho, de apellido Lozano, quien después fue ministro. Cuando Carlos Hache conoció a la chica, se enamoró de ella. Pero, para su desgracia, Lozano le dijo que le tocaba hacer de fiscal y atacarla, pue él era el novio y le correspondía defenderla en ese juicio ficticio. Carlos Hache me contó, mientras le apretaba la mano a su esposa Doris: «me tocó atacarla tan bellamente que la enamoré y me casé con ella». ¡Cáspita!