Cali, noviembre 4 de 2025. Actualizado: martes, noviembre 4, 2025 18:39
El ministro que bombardea con humo
En Colombia ya no sabemos si temerles más a los criminales o a los comunicados del Gobierno.
Cada vez que el ministro de Defensa, Pedro Sánchez, se dirige al país, uno no sabe si está escuchando un parte militar o una pieza de ficción política.
Su más reciente proeza fue anunciar, con tono triunfal, un “bombardeo de alta precisión” contra el Clan del Golfo en Antioquia, donde según él entre 30 y 40 presuntos delincuentes fueron neutralizados. Sonaba a victoria contundente, a golpe certero contra el crimen.
Pero a los pocos días, el relato se desmoronó, no hay cuerpos, no hay pruebas, no hay certezas.
El propio ministro, con una naturalidad desconcertante, reconoció que no podía confirmar el número de muertos porque “el movimiento de tierra” tras la explosión habría sepultado los restos.
En otras palabras, el Gobierno lanzó una bomba y un comunicado, pero no tiene idea de lo que realmente ocurrió. Una explicación que, lejos de tranquilizar, solo confirma la improvisación y la ligereza frente a la verdad.
Lo más grave no es el error, que ya sería suficiente, sino el patrón que revela. Este Gobierno parece haber reemplazado la estrategia de seguridad por una estrategia de propaganda. No hay rigor, hay titulares. No hay resultados, hay narrativa.
Cada operativo se convierte en una puesta en escena, en un show para maquillar el caos y proyectar la ilusión de control. Pero Colombia no se gobierna con ilusiones, se gobierna con hechos.
El episodio del bombardeo es apenas el último capítulo de una cadena de improvisaciones. Primero, el Ministerio aseguró que la operación fue en Valdivia.
Luego, el alcalde local desmintió la información y el propio ministro tuvo que corregir, aceptando que el ataque fue en Briceño.
Primero hablaron de decenas de bajas; después matizaron que la cifra correspondía a varios operativos acumulados. Lo que empezó como una victoria épica terminó convertido en un bochorno institucional.
Y mientras el país debate si hubo o no muertos, las comunidades campesinas siguen viviendo entre el miedo y el abandono.
Briceño, como tantos municipios olvidados de Colombia, es un territorio golpeado por la minería ilegal, el desplazamiento y el control de grupos armados. Un lugar donde la palabra “Estado” suena lejana.
Allí, los bombardeos no resuelven nada, solo agravan el miedo, mientras la presencia institucional sigue siendo intermitente o inexistente.
Esa es la verdadera tragedia; el Estado aparece con fuerza para la foto, pero desaparece cuando se trata de proteger a los ciudadanos.
El Gobierno presume de un “golpe al Clan del Golfo”, pero la gente en el terreno sigue bajo el yugo de los mismos criminales, sin garantías, sin seguridad, sin justicia.
Y el país, una vez más, queda atrapado entre la violencia real y las victorias imaginarias.
Lo preocupante es el modelo que se consolida: un ministro de Defensa convertido en vocero de un relato oficial que maquilla la inseguridad con cifras inventadas, una retórica de guerra que solo sirve para tapar la falta de resultados.
Pedro Sánchez no está liderando una política de seguridad, está dirigiendo una campaña de relaciones públicas.
Y cuando la defensa nacional se usa como instrumento de propaganda, lo que se erosiona no es solo la credibilidad del Gobierno, sino la dignidad de las Fuerzas Militares y la confianza de todo un país.
No se puede gobernar con humo. Cada mentira oficial, cada cifra sin respaldo, cada versión que cambia al día siguiente mina la fe en las instituciones y dinamita la confianza nacional.
No hay nada más peligroso para una democracia que un gobierno que renuncia a la verdad. El poder que se sostiene en la manipulación está condenado al descrédito.
La seguridad de un país no se mide por los bombardeos que se anuncian, sino por la tranquilidad de la gente que camina sus calles.
Pero este Gobierno prefiere el ruido de la explosión al silencio del trabajo bien hecho. Prefiere los aplausos fugaces de las redes sociales a los resultados sostenibles. Prefiere el titular grandilocuente al informe serio y verificable.
El ministro Sánchez, con su estilo arrogante y su narrativa confusa, ha logrado lo impensable que la gente ya no sepa si creerle o no a su propio Ministerio de Defensa.
Ese descrédito es letal. Porque cuando los ciudadanos dejan de confiar en las voces oficiales, lo único que reina es la incertidumbre.
El ministro que bombardea con humo es el símbolo de un gobierno que habla mucho, promete más y cumple poco.
Un gobierno que, en lugar de enfrentar la inseguridad, la disfraza; que, en lugar de reconocer errores, los niega; que, en lugar de mostrar resultados, presenta ilusiones.
Pero la verdad, tarde o temprano, emerge entre los escombros y cuando eso ocurra, el humo se disipará, dejando al descubierto lo que siempre fue, un espectáculo vacío en medio de la tragedia nacional.
Colombia no necesita ministros que bombardeen con palabras, necesita líderes que actúen con responsabilidad.
Porque mientras el poder juega a la ficción, la gente sigue cayendo en la realidad. Y cuando el humo se disipe, lo que quedará al descubierto será la verdad: un espectáculo vacío en medio de la tragedia nacional.
