¿Evolucionar o extinguirse? ¡He ahí la cuestión!

Rodrigo Chois

Próximo a cumplir mis cincuenta y seis mayos, en estos días me ha asaltado una desagradable sensación de avasallamiento.

Me he sentido como un sándwich, pero no apretujado entre dos, sino entre tres capas de un repugnante pan… ¡Una triada! En uno de sus vértices, una clase política y unos gobernantes corruptos e inescrupulosos que han normalizado la inmoralidad y las malas prácticas, con el respaldo de una piara de ingenuos, cómplices y estúpidos que los apoyan y siguen votando por ellos.

En el segundo vértice, expresiones artísticas —especialmente la música— donde se exalta la banalidad, la vulgaridad y lo grotesco como si fuesen virtudes estéticas.

Y en el tercer vértice, la cereza del pastel: una galería de ídolos, no de barro sino fabricados con el peor material escatológico posible, que escupen y vomitan en sus redes sociales una sarta de mensajes misóginos.

Entre más groserías que palabras comunes, promueven la arrogancia y el culto al dinero fácil.

Me pregunto… ¿Esto es lo que consideramos evolución? El pensador Pierre Teilhard de Chardin sostenía que la evolución es un proceso ascendente, del barro al ser de luz, del Alfa al Omega.

Pero, ¿Y si está ocurriendo lo contrario? ¿Y si no vamos del barro a la luz, sino de la luz al barro? ¿De seres conscientes a amebas interconectadas en 5G y con perfiles verificados?

Personalmente, creo que si evolucionar significa renunciar a los valores esenciales y celebrar la estupidez mientras se aplaude la descomposición moral, la opción más inteligente no es adaptarse, sino extinguirse con dignidad.

Porque hay épocas en las que seguir adelante es simplemente claudicar… de la manera más vergonzante posible.