Cali, octubre 17 de 2025. Actualizado: viernes, octubre 17, 2025 19:47
Hacia el parque de la poesía
Hace unos años ya, un grupo de mujeres de la ciudad –en el que entre otras nos encontrábamos Adalgisa Charria y yo– trabajamos una propuesta de incluir en El parque de los poetas, la escultura de una mujer.
La secretaría de cultura de ese momento adelantó en torno a la propuesta, unas conversaciones tendientes a llevar a buen término esta iniciativa.
Pero en algún corredor de la burocracia, esta se malogró o se quedó en suspenso. Ahora en la semana del Festival internacional de poesía en Cali, quiero retomarla, al oído del alcalde Eder.
La ciudad está en deuda con la escritura poética femenina. Y tenemos con qué… Creo que en épocas de inclusión es “justo y necesario” saldar esta deuda.
Hay voces que se pueden oír al lado de la de Antonio Llanos, Carlos Villafañe o Gilberto Garrido. Propongo tres, porque son voces que nos precedieron, nos dejaron ya y no pueden hablar por ellas mismas.
Margarita Gamboa, poeta de raigambre caleña que por circunstancias pasajeras nació en El Salvador en 1899, pero desde su infancia pobló nuestros pasillos. Mujer de rupturas y logros, Margarita trabajó como profesora en la Normal de Señoritas de la ciudad y fue una de las fundadoras de El Liceo Benalcázar de Cali. Su trabajo poético fue permanente y nos legó algunos versos memorables.
En 1929, cuando las mujeres estaban muy limitadas en sus posibilidades de expresión, escribe su precioso soneto, Exhortación, del cual tomamos unas líneas:
¡Volvamos al amor! En mí no ha muerto
la ilusión de tus besos, de ser tuya!
Soy tu novia de ayer, la misma, a cuya
suerte enlazaste tu destino incierto!
Volvamos que en mi pecho está despierto
el dulce anhelo de esperarte! Fluya
mi verso en torno….
Amparo Marín, nacida en Cali, en 1960 y víctima de feminicidio por parte de su propio esposo en 1999.
Su voz animó encuentros y clases, en un trabajo permanente de labrar la palabra y lograr esculpir en ella el transcurrir la vida y los arco iris de sentimientos múltiples.
Su ternura personal y lo contundente de su trabajo poético permanecen en las calles de la ciudad a través de quienes la conocimos.
En algunos momentos parecía sospechar el destino de muerte que la habitaba:
Vivir es peligroso
una cuerda se tensa
entre el alba y la luna
levitas
con el balancín del miedo.
Sin imaginarlo
en la esquina te acechan…
Reconocer con una estatua su presencia innegable en esta Cali de la salsa, sería una forma en que la alcaldía la repare por su asesinato violento.
Finalmente podemos pensar en otra voz ya muy reconocida, no propiamente caleña, pero sí vallecaucana: Mariela del Nilo, del vecino municipio de Palmira. Mariela, cuyo nombre de pila es: Alicia Arce de Saavedra, nace en Buga (Valle del Cauca) pero su vida transcurre entre las calles palmiranas.
A su muerte nos lega una obra amplia y madura tallada paso a paso en medio de los avatares de la vida y sus pérdidas, entre ellas la de su hija Yolanda, muerta tempranamente.
Desde el duelo por esta irreparable pérdida nos llegan estos versos:
Densas sombra enlutan lentamente mi vida.
Cruza el jardín un trémulo amarillo de otoño.
Hay un llanto incesante que brota de tu nombre
y suena al pronunciarlo como cristales rotos.
Esto de adivinarte detrás de la neblina
que a mis ojos ansiosos desdibujan tu rostro…
Reparación simbólica tiene que realizarse en Cali, en el llamado Parque de los poetas, que llamaríamos entonces Parque de la poesía.