Cali, junio 14 de 2025. Actualizado: viernes, junio 13, 2025 23:07
Israel, Irán y el reloj nuclear
Ayer Israel lanzó una ofensiva quirúrgica contra objetivos estratégicos en Irán. No fue una operación más en la guerra en la sombra que ambos países sostienen desde hace décadas, sino que fue un salto cualitativo en la doctrina de guerra preventiva sobre un programa nuclear avanzado.
Las instalaciones atacadas incluían sitios de enriquecimiento, centros de mando y figuras clave del aparato de seguridad iraní. En términos tácticos, la operación fue un éxito.
En términos estratégicos, Israel puede haber abierto una caja de Pandora.
Lo que está en juego no es solo la estabilidad en Medio Oriente; es la credibilidad de los marcos multilaterales, la legitimidad del uso preventivo de la fuerza y el incentivo que esta ofensiva deja sembrado para el futuro.
Israel afirma haber degradado la capacidad nuclear de Irán. Pero la historia demuestra que las guerras mal calculadas no resuelven amenazas, sino que las multiplican.
El ataque al reactor Osirak en 1981 no detuvo a Saddam; antes lo empujó a la clandestinidad. Hoy, la escala es mayor y puede que sus consecuencias también.
Teherán no tiene la capacidad militar para responder de forma simétrica, pero sí tiene algo más duradero: la lógica del largo plazo.
En un contexto donde el costo de responder militarmente es prohibitivo, la tentación de abandonar el Tratado de No Proliferación y acelerar la bomba como único mecanismo de disuasión se vuelve estratégica.
Cuando se acorrala a un actor sin salida, se siembra el incentivo para lo irreversible.
La administración estadounidense —que se ha distanciado de los ataques— busca evitar una confrontación directa con Irán.
Pero al no condenar ni contener la ofensiva israelí, abre una puerta peligrosa: la normalización de la acción unilateral sobre programas nucleares no desplegados.
Si este precedente se consolida, otros países tendrán como lección que el poder no se negocia, se asegura. Y las bombas se convertirán en el único garante de soberanía.
La paradoja es evidente: lo que pretendía prevenir una amenaza nuclear puede haberla acelerado. El ataque israelí puede haber ganado tiempo táctico, pero está erosionando el terreno estratégico.
Y es en ese nivel donde se definen las décadas por venir. La pregunta no es si Irán responderá mañana.
Es si el mundo podrá contener el precedente que este ataque inaugura, porque cuando el uso preventivo de la fuerza se legitima sin consecuencias, el riesgo deja de ser regional. Se convierte en estructural.
La historia no absuelve la ingenuidad estratégica y menos aún en materia nuclear. La responsabilidad de los líderes globales no es castigar el presente, sino evitar el colapso del futuro.
Y esa tarea empieza por reconocer que la disuasión no se construye a punta de improvisaciones militares, sino de arquitectura política.
El reloj nuclear no se ha detenido, solo ha cambiado de ritmo. Y cada decisión que se toma lo acerca más a su hora crítica.