Cali, noviembre 23 de 2025. Actualizado: sábado, noviembre 22, 2025 00:19
La grosería, una afrenta a la dignidad
Si para Usted es difícil no decir (razonadamente o no) una grosería (término, gesto o escrito, vulgar de carácter despectivo, sexual, ofensivo o humillativo); si reemplaza términos como amigo, hermano, compañero, camarada, colega, aliado, señor o don, entre otros muchos, por términos como “marica”, “huevón”; si se alegra cuando alguien insulta para terminar una discusión con otro; si se siente chistoso o el centro de atención en un grupo por usar improperios y madrazos, como si fuera absolutamente normal expresarse así; o si ha festejado cuando su hijo, hermano menor, sobrino, nieto o cualquier niño dice sus primeras groserías…, permítame decirle que Usted puede sufrir serios problemas de adaptación a su entorno.
Es enorme el listado de palabras consideradas groserías (del latín grossus, “grueso”, “tosco”), y no voy a deteriorar esta columna citándolas y siendo incoherente.
Además, porque muchas de ellas son aceptadas en otros contextos geográficos, profesionales y sociales.
Pero claramente, en cada conversación, tanto de amigos como aquellas con terceros poco o nada conocidos, fácilmente se sabe cuándo los gestos verbales o algunas expresiones irrespetan el contexto y las personas, y trasladan la argumentación razonada y respetuosa al maltrato y a un preocupante desconocimiento y degradación de la dignidad de los demás.
Cuando hablo de groserías no me refiero solo a palabras de grueso calibre, sino también a la descortesía en las maneras, a las obscenidades, a los términos que estigmatizan y se burlan del estado o la condición distinta de otras personas, y a los gestos físicos usados para discriminar, ofender, burlarse o desconocer a alguien.
Nunca podemos olvidar el principio básico de la convivencia de la humanidad: No hacer a los otros lo que no deseamos que se nos haga.
La grosería nació como expresión de un estado de ánimo profundamente alterado o irracional, de excesiva alegría o dolor, que lleva a las personas a ceder sus opiniones razonadas y su compostura, a riesgo de ser reprochadas o ignoradas.
Por ejemplo, cuando no se puede resistir el dolor en una terapia física, o cuando se maldice al destino por una desgracia, entre otros. Incluso, en escenarios de absoluta confianza y distensión entre quienes dialogan, una grosería puede ayudar a la relajación y la alegría, pero nada más.
Pero usar groserías como si fueran una muletilla en la conversación, cada vez se ha hecho más común en redes sociales y medios masivos, y han proliferado a tal punto que para muchos es algo normal.
Muchos grupos de amigos, en confianza y afecto, se tratan de forma grosera entre ellos, y están tan acostumbrados a hablarse con malas palabras, que ni siquiera son conscientes (eso es Coprolalia, o emisión involuntaria de palabras obscenas).
Posiblemente algún lector dirá que mi pensamiento obedece a un moralismo, pero mi planteamiento va más allá de una interpretación religiosa y está fundado en cómo la comunicación sincera, argumentada, con el uso preciso de los términos y respetuosa de la dignidad de los demás, es la base de una sociedad civilizada, sin conflictos por ofensas y en donde se trate a cada cual con corrección. Eso no es moralismo, es civilidad.
Porque asumir como algo normal la grosería expresa preocupantes síntomas, a veces enfermizos (señales de impulsividad, frustración o descontrol emocional), de personas con mínima o nula formación en valores; con problemas de adaptación y de relacionamiento; de un sistema formativo incapaz de ampliar el horizonte cultural, social y lexicográfico de sus estudiantes; del consumo de ciertas sustancias; de una sociedad que aplaude y premia influencers, políticos, periodistas, artistas y deportistas que recurren al insulto y las obscenidades para ganar rating y seguidores; y de la incapacidad de realizar respetuosamente, y con argumentos, una conversación – debate entre personajes de la vida pública que terminan alimentando el mal ejemplo.
Aunque en contextos como Colombia, decir groserías no es un delito (salvo si estas constituyen injuria o calumnia, acoso u ofensa pública a la moral o religión), el problema de fondo no es de carácter legal sino de cultura y de convivencia ciudadana.
Siempre que enfrente esta situación, y especialmente si le pasa con sus hijos y menores, recuerde que muchos de ellos hacen lo que ven en sus entornos, y si su entorno es grosero, es posible que Usted esté contribuyendo a ello.
