Cali, septiembre 17 de 2025. Actualizado: martes, septiembre 16, 2025 23:02
La guerra en tiempos de canas
Durante siglos, la guerra fue un asunto de cuerpos jóvenes y reflejos rápidos. Las potencias se medían por la velocidad con que podían movilizar tropas, escalar conflictos y conquistar territorios.
Pero algo ha empezado a cambiar.
El siglo XXI, a pesar de sus imágenes de violencia transmitidas en streaming, podría estar entrando en una nueva fase: un mundo donde los ejércitos envejecen, las sociedades se encorvan y la geopolítica se mueve a otro ritmo.
La tesis de la “Paz Geriátrica”, formulada por Mark L. Haas, sostiene que a medida que las tasas de natalidad bajan y las poblaciones envejecen, las guerras se vuelven más costosas, impopulares e inviables.
Las canas —más que las cumbres o los tratados— redefinirán el alcance de los conflictos.
El primer freno será económico. Una sociedad que envejece pierde fuerza laboral, desacelera su productividad y compromete su capacidad fiscal.
Japón, ejemplo paradigmático, muestra cómo una estructura demográfica envejecida limita estructuralmente su capacidad de proyectar poder.
Su ejército no solo tiene dificultades para reclutar, sino que opera con presupuestos restringidos por una economía estancada, pues la demografía no le deja margen para aventuras militares.
El segundo freno será fiscal. En todo el mundo, los estados enfrentan un dilema de “cañones contra bastones”, es decir, ¿invertir en armas o en pensiones y salud? Incluso en regímenes autoritarios como China, los costos sociales del envejecimiento se proyectan como una amenaza directa al gasto en defensa.
Y en democracias envejecidas, donde los votantes mayores son la gran parte de la población, la decisión suele ser clara.
El tercer freno será humano. Con menos jóvenes disponibles y una mayor aversión social a las bajas, incluso los líderes más audaces descubren que iniciar una guerra no es tan difícil como sostenerla.
El caso de Rusia lo ilustra con crudeza, ya que Putin decidió ignorar la realidad demográfica de su país y optó por el conflicto.
Pero la guerra en Ucrania ha puesto a prueba los límites de su aparato estatal.
La escasez de soldados, las movilizaciones en contra de su gobierno y un creciente agotamiento económico confirman que una nación puede ir a la guerra contra su reloj biológico, pero difícilmente ganarla.
Es así como estamos entrando en una era donde la edad promedio de una nación será más determinante que su arsenal, ¿entonces puede una sociedad que apenas sostiene su sistema de cuidados asumir los costos físicos y morales de un conflicto prolongado?
En este nuevo tablero, las potencias deberán entender que administrar su capacidad militar ya no es cuestión de fuerza bruta, sino de inteligencia estratégica.
La cuestión no será solo acumular misiles, sino cuidar a las personas que podrían operarlos. La ventaja estará en la capacidad de gestionar un recurso escaso: el capital humano joven.
Y esa gestión —económica, social y política— exigirá algo más complejo que armamento: cohesión interna y legitimidad institucional capaz de sostener el esfuerzo colectivo de ir a la guerra sin tantas canas.