Cali, diciembre 30 de 2025. Actualizado: martes, diciembre 30, 2025 22:35
La revolución cambió de uniforme: la nueva franquicia de la derecha
Una barba blanca, el uniforme verde oliva, un habano cohiba humeante y la plaza pública enardecida. Durante más de medio siglo en América Latina, ese era el retrato que evocaba la palabra “revolución”; el retrato de Fidel Castro.
Sin embargo, hoy, a comienzos de 2026, la escena es otra. La iconografía cambió de manos y de lenguaje, pues ya no se cita a Marx, sino que se invoca a Milton Friedman; no hay fusiles a la vista, sino motosierras que se blanden; ya no se usan boinas, sino gorras rojas.
La revolución ya no le pertenece a la izquierda, ahora es la franquicia de la nueva derecha.
Según Foreign Affairs, la palanca principal del giro es la seguridad —o su ausencia—. América Latina concentra apenas el 8% de la población mundial y, sin embargo, el 30% de los homicidios de todo el planeta.
La producción de droga se triplicó en una década y el consumo se está quedando en casa. El resultado es una disputa por mercados locales que convirtió países antes estables en campos de batalla y empujó a la ciudadanía a priorizar el orden y la seguridad por encima de la democracia.
El viraje cultural es nítido. El Latinobarómetro de 2024 muestra que cuatro de cada diez latinoamericanos prefieren —o les resulta indiferente— la forma de gobierno, siempre que el Estado resuelva.
En ese vacío fue donde irrumpió Nayib Bukele, por ejemplo: homicidios a la baja en 90%, derechos constitucionales suspendidos y cárceles llenas con cerca del 2% de la población de El Salvador.
La región observa el resultado, no el costo. Y la derecha aprendió a capitalizarlo, sacudiéndose el lastre de las dictaduras del siglo pasado, ya que las que están vigentes hoy son, mayoritariamente, de izquierda.
Pero ninguna revolución prospera sin ingeniería. Es así como The Economist documenta una red de consultoría y comunicación que conecta liderazgos locales con Washington, proceso en el que Donald Trump acelera el engranaje ofreciendo respaldos simbólicos que terminan inclinando la balanza de la opinión pública.
Argentina es el ejemplo más visible, pero no el único: la derecha se consolidó en Ecuador, recuperó Bolivia tras dos décadas de hegemonía socialista y logró triunfos ajustados en Centroamérica bajo el mismo libreto.
Pero Javier Milei lo aplicó quirúrgicamente: asumió de inmediato los lineamientos que llegaron desde Estados Unidos y, como recompensa, recibió un rescate financiero histórico. No es caridad; es una doctrina económica con letra menuda.
Ahí aparece la lógica de la franquicia. Estados Unidos ofrece capital, respaldo político y validación internacional a cambio de alineamiento estratégico.
Trump acelera el proceso, pero también es capaz de tensionarlo, pues su apoyo moviliza votos y ordena campañas, pero su política de migración puede ocasionar baja popularidad regional y su estilo confrontacional pueden detonar reflejos nacionalistas en sentido contrario.
El abrazo sirve para ganar elecciones, pero sostenerlo en la gestión será otra historia.
Esta no es la derecha liberal de buenos modales de los años noventa. Es una derecha que grita “¡Carajo!”, que usa gorras rojas, que se coordina por Truth Social, que llena iglesias evangélicas de diez mil personas citando la Biblia y a los economistas austriacos en la misma frase.
Es una derecha revolucionaria. Y como toda revolución, promete barrer con lo viejo.
La pregunta decisiva no es qué va a demoler, sino qué vendrá después: ¿instituciones democráticas sólidas o nuevos caudillismos con el beneplácito de Washington?
