Cali, octubre 22 de 2025. Actualizado: miércoles, octubre 22, 2025 17:28

Un sistema que pierde sentido

Educación: ¿camino al futuro o callejón sin salida?

Educación: ¿camino al futuro o callejón sin salida?
jueves 18 de septiembre, 2025

Educación: ¿camino al futuro o callejón sin salida?Por: Rosa María Agudelo – Directora Diario Occidente

Mientras el país discute reformas pensional, laboral y de salud, el sistema educativo sigue esperando una transformación estructural. ¿Por qué el Gobierno no propuso una reforma educativa? Tal vez porque sus efectos no se ven en cuatro años, pero su ausencia se siente a diario en los barrios, aulas y esquinas.

En una reunión comunitaria en el barrio Belén de Cali, organizada tras el estallido social, tres jóvenes resumieron sin saberlo los problemas estructurales de nuestro sistema educativo.

Uno, de apenas 16 años, había dejado el colegio en noveno grado.

Eso no es para mí“, dijo sin rodeos. Otro, recién salido de la cárcel tras cumplir condena desde los 17 años, aseguraba que ya era “muy viejo” para volver a estudiar. Y un tercero, con título de diseñador gráfico, confesó que le iba mejor como barbero en el barrio que con un empleo formal en su profesión.

Los tres casos revelan una misma conclusión: la educación, tal como está concebida hoy en Colombia, no conecta con la vida real de millones de jóvenes.

No es una afirmación ideológica, sino una constatación empírica. Lo que está en crisis no es solo la cobertura o la calidad académica, sino la pertinencia y el sentido mismo de estudiar.

Una cobertura que avanza, pero no alcanza

He visto infinidad de cifras, he asistido a múltiples foros y debates sobre el estado de la educación en Colombia.

La preocupación es genuina, pero también la inacción. En las últimas dos décadas, el país ha mejorado sus indicadores de cobertura.

En 2020, el 89% de los niños estaba matriculado en primaria, el 79% en secundaria y el 47% en media, según el Ministerio de Educación. Son avances importantes frente al inicio de siglo, pero aún insuficientes.

Casi la mitad de los jóvenes no cursa los grados 10 y 11, lo que limita seriamente su proyección educativa y laboral.

El problema se agrava en zonas rurales, donde solo el 9% de las sedes ofrece grados de media (Banco Mundial, 2021).

La deserción es estructural. En 2020, en plena pandemia, se registraron tasas de abandono del 2,1% en primaria, 2,9% en secundaria y 2,5% en media (MEN, 2021). Aunque estos porcentajes pueden parecer bajos, representan miles de jóvenes que salen del sistema cada año.

Calidad: el otro déficit

El rezago no es solo en cobertura. En las pruebas PISA 2018, Colombia obtuvo 412 puntos en lectura, 391 en matemáticas y 413 en ciencias, frente a promedios OCDE de 487-489 puntos (OCDE, 2019).

En matemáticas, solo el 35% de los estudiantes colombianos alcanzó el nivel mínimo de competencia, frente al 76% de la OCDE.

El desempeño académico está fuertemente vinculado al nivel socioeconómico. En el quintil más bajo, apenas el 26,6% de los adolescentes logra competencias básicas de lectura, mientras que en el más alto lo consigue el 69,2% (Banco Mundial, 2021). Es decir, la escuela no cierra brechas: las reproduce.

En zonas rurales y municipios con Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET), los estudiantes obtienen entre 26 y 41 puntos menos en Saber 11 que sus pares urbanos (ICFES, 2022).

Las razones no son nuevas: falta de infraestructura, conectividad, docentes estables y formados, y entornos escolares estimulantes.

Educación sin conexión al futuro

A la baja calidad se suma otro factor: la desconexión con el mundo real. Según el Observatorio Laboral para la Educación, solo el 77,9% de los graduados en 2021 estaba cotizando al sistema de seguridad social en 2022, es decir, más de uno de cada cinco jóvenes con título profesional no tenía empleo formal un año después de graduarse.

No puede ser que un joven que soñaba con ser diseñador termine de barbero porque no encuentra oportunidades dignas. Ese joven no abandonó su carrera por desinterés ni falta de talento. Lo hizo porque el sistema le ofreció un título, pero no un camino.

Como él, muchos prefieren oficios informales que, aunque inestables, les permiten vivir con autonomía. Esta decisión no es un fracaso individual, es una señal de alerta colectiva.

El sistema educativo colombiano sigue centrado en un modelo memorístico, homogéneo y lineal. Pocos estudiantes acceden a formación técnica o tecnológica articulada con sectores productivos.

Aunque existen programas como la doble titulación con el SENA o “Universidad en tu Territorio”, su alcance sigue siendo limitado.

En la educación superior, la deserción sigue siendo un problema crítico: según cifras del Ministerio de Educación para 2023, cerca del 10% de los estudiantes universitarios y el 16% de los técnicos y tecnólogos abandonan sus estudios antes de graduarse.

Si se cruza este dato con la cobertura del sistema, que apenas alcanza el 55%, se estima que solo alrededor del 40% de los jóvenes logra completar la educación superior.

La política de gratuidad de matrícula representa un avance importante, pero no basta por sí sola: siguen faltando estrategias de acompañamiento académico, orientación psicosocial y una mayor pertinencia entre la formación y el mundo laboral.

Inversión sí, transformación no

Colombia destina cerca del 4,5% del PIB a educación (Banco Mundial, 2022), cifra cercana al promedio OCDE. Sin embargo, el gasto por estudiante sigue siendo bajo en términos absolutos.

Además, la distribución de recursos no siempre responde a criterios de equidad: entre 2019 y 2023, la participación de la educación en el gasto público bajó del 16,5% al 13,5% (PGN, 2023).

En 2024 se asignaron 73,8 billones de pesos al sector, el mayor presupuesto educativo en la historia del país (MEN, 2024). Pero el problema no es cuánto se invierte, sino cómo.

La OCDE ha señalado que la eficiencia del gasto sigue siendo baja y que la falta de continuidad en las políticas impide avances sostenidos (OCDE, 2023).

Cuando la escuela pierde sentido, el crimen gana narrativa

Hace poco participé en un foro sobre el crimen organizado y su impacto en los jóvenes. Allí conocí un estudio del Laboratorio de Justicia y Política Criminal (LJPC) que me dejó pensando durante días.

Se aplicó en 100 colegios públicos de zonas vulnerables de Medellín y encuestó a casi 10 mil estudiantes de entre 12 y 15 años. No hablaban de cifras abstractas: hablaban de niños que reconocen, admiran o temen a los grupos criminales.

El crimen no solo recluta por necesidad. Recluta porque sabe prometer: estatus, respeto, ingreso rápido, diversión. El sistema educativo, en cambio, muchas veces no promete nada. Ni siquiera ilusiona.

Según el estudio, los estudiantes más expuestos a violencia o con menor contención familiar eran también quienes más simpatizaban con las reglas del crimen.

Cuatro perfiles aspiracionales aparecían con claridad: quienes querían ser admirados, quienes buscaban dinero rápido, quienes anhelaban un rol útil o deseaban experiencias emocionantes.

Lo más inquietante es que muchas escuelas no tienen herramientas para competir con esa narrativa. Docentes sobrecargados, orientadores sin recursos, discursos que no emocionan.

La escuela pierde terreno no porque el crimen sea más fuerte, sino porque conecta mejor con lo que muchos jóvenes desean: pertenecer, avanzar, ser alguien.

Esto me recuerda una historia contada por un empresario nocturno en Cali, poco después de la pandemia. En una reunión sobre reactivación económica, relató que muchos jóvenes que antes trabajaban como meseros o auxiliares no quisieron volver.

¿La razón? Como campaneros de las “oficinas” de cobro, les pagaban 400 mil pesos por vigilar una esquina durante cuatro horas. “¿Cómo competir con eso?“, dijo con resignación.

Y otra historia, aún más cruda. Hace mucho hicimos una nota sobre prostitución en Universidades. Una joven, estudiante de psicología nos dijo que había decidido ser dama de compañía porque ganaba 800 mil pesos en una tarde.

Lo decía sin culpa, con lógica pragmática:Yo no voy a matarme por la miseria que le pagan a los profesionales“.

No era una joven necesitada: venía de una familia acomodada. Lo que la alejaba del camino profesional no era la escasez, sino la certeza de que su carrera no le daría prosperidad.

Si el sistema no ofrece alternativas viables y dignas, lo ilegal se vuelve opción racional.

Ahí está el verdadero desafío: no es solo construir una narrativa educativa que conecte con las emociones, los sueños y las urgencias de los jóvenes.

El mismo estudio concluye que en colegios donde hay presencia psicosocial constante, docentes formados para detectar riesgos y propuestas vinculadas al entorno, la atracción por las estructuras criminales disminuye.

Es decir, sí hay alternativas. Pero requieren presencia, coherencia y decisión política.

Hacia una educación con sentido

Desde hace 12 años, el Diario Occidente lidera EDUKA, una iniciativa que busca enamorar a los jóvenes de la educación. En ese programa, un día invitamos a un conferencista que habló del “ikigai“.

Era la primera vez que oía ese término. Es un concepto japonés que, desde entonces, marca para mí el rumbo de lo que debería ser un proyecto educativo para las nuevas generaciones: una educación que invite a preguntarse qué los apasiona, para qué son buenos, qué necesita el mundo y por hacer qué podrían pagarles.

Ese enfoque resume lo que necesitamos transformar. No basta con ampliar cobertura ni repartir becas. La educación requiere una reforma profunda en sus objetivos, contenidos y metodologías.

Necesitamos una escuela que no solo enseñe, sino que motive, apasione, inspire y haga soñar. Que les muestre a los jóvenes que hay caminos posibles y deseables, que su talento vale, y que sus sueños no son un lujo, sino una meta alcanzable.

Una educación que conecte con la realidad, pero también la trascienda. Que articule saberes con habilidades, valore el contexto y promueva la creatividad, el pensamiento crítico y la esperanza.

Eso implica cambiar las preguntas: no solo ¿Cuántos se matriculan?, sino ¿Cuántos aprenden algo significativo?

Implica también replantear el rol del Estado: de gestor de programas a garante de trayectorias. Una política educativa efectiva no se mide en indicadores aislados, sino en la capacidad del sistema para acompañar a cada niño y joven desde la primera infancia hasta su inserción laboral.

Lee Desde la sala de redacción: 35 años de periodismo, un proyecto que recorre la historia reciente de Colombia desde una perspectiva periodística. A través de 35 crónicas, el autor reflexiona sobre hechos clave como la Constitución del 91, el narcotráfico y los procesos de paz, con el objetivo de entender su impacto en la sociedad. Más que narrar, busca cuestionar y aprender de la historia vivida. Descarga la versión en PDF en este código.

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