Cali, julio 4 de 2025. Actualizado: viernes, julio 4, 2025 22:57
Desde la sala de redacción, 35 años de periodismo
Medio ambiente: entre las maravillas y las amenazas
Por: Rosa María Agudelo – Directora Diario Occidente
Vivo en uno de los territorios más biodiversos del mundo.
El Valle del Cauca es un cruce de geografías: del páramo al manglar, de la caña al mangostino, de la montaña neblinosa al río profundo.
En 35 años de periodismo he hecho crónicas resaltando su belleza, y también denunciando su deterioro.
¿Cómo puede un departamento con tantas riquezas naturales estar tan al borde del riesgo ecológico? ¿Por qué seguimos contaminando los ríos que nos dan vida, tumbando los bosques que nos protegen y dejando que las economías ilegales impongan su ley sobre la selva?
La respuesta no es sencilla, sí urgente.
Agua que ya no purifica
El río Cauca ha sido el gran protagonista de muchas de mis historias. Columna vertebral de la región, abastece de agua, riega cultivos, sostiene ecosistemas y guarda la memoria de cientos de comunidades.
En su curso, también arrastra desechos humanos, industriales y agrícolas.
La contaminación no es nueva. Desde los años 90 reporté sobre los vertimientos en Yumbo, la incapacidad de las plantas de tratamiento, los efectos invisibles de los agroquímicos.
Hoy el panorama sigue siendo crítico. La CVC, Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca, considera “regular” o “mala” la calidad del agua especialmente entre Hormiguero y Mediacanoa. El 9% de las estaciones de monitoreo presentan calidad “mala” y la concentración de oxígeno disuelto no cumple los objetivos establecidos para uso agrícola ni para consumo humano.
Entre las causas están los vertimientos sin tratar de aguas residuales domésticas e industriales, la escorrentía de agroquímicos provenientes de los cultivos de caña y la descarga de subproductos como la vinaza, generada por la producción de etanol.
Se han hecho esfuerzos: reforestación, liberación de peces, nuevas PTAR en Jamundí, Buga y Florida. A pesar de ellos el río no respira con libertad.
Afortunadamente, existen planes de acción para su recuperación. La Plataforma Colaborativa para la Recuperación de la Cuenca Alta del Río Cauca, conformada en 2020, ha establecido un Plan de Acción que incluye proyectos enfocados en la mejora de la calidad del agua, la restauración de ecosistemas y el fortalecimiento de la gobernanza.
Además, la CVC ha anunciado la inversión de $2.200 millones en 23 proyectos ambientales, que abarcan desde la agroecología hasta la conservación de áreas naturales. Estos esfuerzos conjuntos buscan revertir el deterioro del río y asegurar su sostenibilidad a largo plazo.
Caña y territorio: un modelo en tensión
Este tema siempre ha sido álgido. Diversos estudios señalan que la expansión de la agroindustria ha sido un factor clave en la transformación del paisaje.
Si bien este sector es fundamental para la economía regional, también ha generado preocupaciones ambientales, incluyendo la reducción de bosques secos tropicales y la alteración de franjas ribereñas esenciales para la regulación hídrica.
En 2004, el Valle del Cauca contaba con 184.954 hectáreas de caña de azúcar, representando el 17.2% de la cuenca del río Cauca.
Para 2023, esta cifra aumentó a 241.205 hectáreas, consolidando el liderazgo del departamento en producción azucarera.
Esta expansión ha transformado radicalmente el uso del suelo. Ha desplazado otros cultivos y reducido la biodiversidad.
Además, el uso intensivo de agroquímicos y la alta demanda de agua para riego han generado impactos sobre los ecosistemas circundantes.
Estos efectos incluyen la afectación de la calidad del agua, la degradación de los suelos y la contaminación del río Cauca.
Los ingenios no son indiferentes a esta problemática y en su mayoría han implementado programas para ser más “amigables” con el medio ambiente.
Uno de los aspectos más debatidos es el uso de aguas subterráneas para abastecer estos cultivos, en un contexto de presión creciente sobre los acuíferos del departamento.
Según el informe de Evaluación Ambiental del Valle del Cauca, el acuífero de Yumbo-Cencar presenta signos de sobreexplotación.
Esta situación genera tensiones entre los distintos sectores productivos, el consumo humano y los ecosistemas dependientes de estas reservas hídricas.
Sin duda, esta concentración productiva ha traído beneficios económicos para el departamento. Sin embargo, las tensiones ambientales y sociales están en el centro del debate y seguirán siendo un tema prioritario cuando se hable sobre el futuro sostenible de la región.
Un bosque rico, una selva saqueada
Más allá de la planicie cañera, el Pacífico vallecaucano guarda una selva húmeda tropical de una riqueza desbordante.
Allí, la crisis medioambiental también es pronunciada. Lo grave es que es ocasionada por actividades ilegales.
La minería ilegal ha arrasado bosques valiosos del Pacífico vallecaucano. En 2021 se deforestaron 579 hectáreas en el departamento, según datos del IDEAM citados en la Evaluación Ambiental Integral del Valle del Cauca realizada por la Universidad del Valle.
Aunque es una cifra menor frente a otros departamentos, es un foco de presión persistente, especialmente en la región Pacífica, los Farallones de Cali y sus zonas de amortiguamiento.
La tala, los cultivos de coca y la minería aurífera ilegal son los principales motores de esta pérdida de cobertura forestal. Dragas, retroexcavadoras y mercurio arruinan los ríos Anchicayá, el Naya o el Raposo.
La contaminación por metales pesados afecta a los peces, a las comunidades ribereñas, a toda la cadena alimentaria. El tráfico de madera y los cultivos ilícitos completan el panorama.
Aquí, los ecosistemas no solo enfrentan la presión de la codicia: también el abandono. Las autoridades no se dan abasto y tampoco hay marcos legales fuertes para actuar.
Las comunidades afrocolombianas e indígenas resisten con sabiduría ancestral, la presencia del Estado es débil, y la ley del más fuerte manda en muchos rincones del bosque.
Bahía en riesgo: Buenaventura y los manglares
Esa misma presión se extiende desde los bosques del interior hasta los ecosistemas costeros del Pacífico.
En el litoral pacífico, la Bahía de Buenaventura refleja una de las tensiones más agudas entre desarrollo y conservación.
Esta zona, vital para la biodiversidad marina y costera, presenta altos niveles de contaminación por aguas residuales, sólidos suspendidos, nutrientes y metales pesados. También se ha detectado la presencia de microplásticos, lo cual está afectando tanto a la fauna marina y la salud de las comunidades costeras.
A esta situación se suma el debate en torno al dragado del canal de acceso. Esta intervención busca facilitar la navegación portuaria, pero también tiene impactos en los ecosistemas marinos.
Entre ellos se encuentran la alteración de sedimentos y la afectación de especies vulnerables.
Los manglares, fundamentales para la protección costera y la crianza de especies marinas, están en riesgo por la expansión urbana informal, el vertimiento de residuos y la presión de actividades extractivas.
A pesar de su relevancia ecológica y cultural, no siempre son prioridad en la planificación territorial.
Organizaciones comunitarias y ambientales han promovido su conservación a pesar de las limitaciones estructurales y falta de apoyo sostenido.
Farallones de Cali: una joya natural bajo presión
En el corazón del Valle, el Parque Nacional Natural Farallones de Cali —uno de los más biodiversos del país— enfrenta serias amenazas.
Aunque fue creado para preservar ecosistemas clave de montaña, hoy sus bosques están siendo fragmentados por actividades ilegales que avanzan incluso dentro de sus límites.
La minería del oro, la tala de especies maderables, los cultivos ilícitos y la apertura de vías no autorizadas han afectado de forma crítica las cuencas hidrográficas que abastecen de agua a Cali.
Incluso se ha identificado la construcción de acueductos y viviendas sin permisos. Estas intervenciones alteran el equilibrio de este ecosistema protegido.
Estas presiones ponen en riesgo especies endémicas y generan procesos de degradación que, en algunos casos, podrían tardar décadas en revertirse.
Aunque se han realizado operativos y acciones de restauración, el parque sigue siendo un punto de tensión entre conservación, ocupación humana y economías ilegales.
El mismo parque protege a los ilegales, quienes se camuflan fácilmente tras su espesura.
El crimen contamina
Las economías ilegales son uno de los principales motores de degradación ambiental en el Valle del Cauca.
En las zonas más alejadas del Pacífico, la presencia de grupos armados, junto con el avance de la minería ilegal y los cultivos de coca, ha reconfigurado el uso del suelo, desplazado comunidades y fragmentado ecosistemas clave.
A esto se suma la tala ilegal de especies maderables valiosas que continúan arrasando bosques primarios y ampliando la frontera agrícola sin control ambiental.
La extracción ilegal no se limita a minerales también se trafican fauna, flora y madera, mientras que los cuerpos de agua sirven de vías para actividades clandestinas.
En muchas de estas zonas, el Estado no tiene capacidad de vigilancia ni presencia institucional.
El resultado es un doble impacto: ambiental y social. A la pérdida de biodiversidad y contaminación de ecosistemas, se suma el desplazamiento forzado de poblaciones, la restricción de la movilidad, la vulneración de derechos y el deterioro de las condiciones de vida.
La degradación ambiental no es solo consecuencia de actividades extractivas: es también consecuencia de una geografía en disputa, donde la ilegalidad se impone sobre la sostenibilidad.
El futuro se calienta y se inunda
En este mismo territorio, el cambio climático ya no es una amenaza lejana. Es un presente que se vive con sequías más intensas, lluvias más agresivas y temperaturas más altas.
Las proyecciones no son amables. Para 2040, se espera un aumento de casi 1°C en la temperatura media del Valle.
Para fin de siglo, podría ser de hasta 2.2°C. Los páramos están en riesgo. El nivel del mar podría subir, afectando manglares y comunidades costeras.
El Niño y La Niña se repiten con más fuerza. La ‘Ola Invernal’ de 2010-2011 casi revienta el jarillón del río Cauca en Cali: el agua estuvo a 10 centímetros de desbordarse.
De haber cedido, al menos 900.000 personas habrían resultado afectadas por las inundaciones en la zona de influencia directa del jarillón, incluida buena parte del oriente de Cali.
En 2015, la sequía provocó una caída del 60% en las lluvias y un aumento de 2.5°C en las temperaturas.
Institucionalidad ambiental: un reto persistente
El Valle del Cauca tiene institucionalidad ambiental. La CVC ha impulsado planes, áreas protegidas, campañas. La entidad viene implementando acciones de adaptación al cambio climático en municipios vulnerables.
También promueve la articulación entre actores institucionales y comunitarios para una gestión más efectiva del riesgo.
Sin embargo, los resultados no compensan la magnitud del daño. La preservación del medio ambiente no debe ser una tarea solitaria de una autoridad y exige el compromiso de toda la sociedad. Una deuda pendiente que tenemos todos.
Territorio y esperanza: comunidades que protegen
Frente a los múltiples focos de deterioro ambiental, también emergen experiencias locales de protección, restauración y gestión sostenible del territorio.
En municipios como Sevilla, El Dovio y Trujillo, consejos comunitarios, juntas de acción comunal y organizaciones indígenas y afrodescendientes lideran procesos de conservación de microcuencas.
También promueven el monitoreo participativo del agua y acuerdos voluntarios de no deforestación.
En algunas zonas rurales del norte y sur del Valle se han declarado áreas protegidas municipales, con el respaldo técnico de la CVC y universidades regionales.
Estos esfuerzos, aunque aún fragmentarios, muestran la capacidad de las comunidades para articular conocimiento tradicional y herramientas de gestión ambiental.
En Buenaventura, por ejemplo, varias comunidades han establecido pactos de conservación de manglares para preservar sus medios de vida y ejercer soberanía territorial.
Estas experiencias, invisibles en las estadísticas generales, son una reserva ética y ecológica valiosa.
Representan una base clave para la transición hacia un modelo de desarrollo más equilibrado.
La ecología también es humana
Estos procesos comunitarios se entrelazan con otro factor clave: el impacto directo del deterioro ambiental sobre la vida cotidiana. Los problemas ambientales son ecológicos y sociales, culturales y sanitarios.
La contaminación del agua genera enfermedades gastrointestinales. La exposición al mercurio afecta el sistema nervioso. La erosión reduce la productividad agrícola.
Las inundaciones destruyen casas, escuelas, cosechas. Y las comunidades afro e indígenas pierden algo más que territorio: pierden memoria, identidad, futuro.
¿Es posible una reconciliación con la naturaleza?
Yo creo que sí pero no basta con sembrar árboles o firmar convenios. Hay que desactivar los motores del daño: la ilegalidad, la indiferencia, la falta de visión.
El Valle del Cauca puede ser un modelo de desarrollo sostenible, pero necesita decisiones difíciles: regular con firmeza, invertir con inteligencia, educar con constancia y, sobre todo, escuchar a los habitantes de los territorios.
Reconstruir la armonía entre sociedad y naturaleza en el Valle del Cauca es un desafío técnico y un compromiso ético y colectivo.
Ya no basta con medir el daño. Es hora de multiplicar las soluciones. El conocimiento científico, la acción comunitaria y la voluntad institucional deben encontrarse en un mismo propósito.
No se trata solo de proteger lo que queda. También debemos regenerar lo perdido y reimaginar lo posible.
Porque cuidar el territorio no es una tarea de ambientalistas: es la condición mínima para garantizar vida digna en el presente y esperanza para el futuro.
La COP16, celebrada en Cali en octubre del 2024, ayudó a visibilizar la importancia de la biodiversidad y de la protección del medio ambiente.
Más allá del evento, lo que realmente marcó la diferencia fue la movilización social que generó.
Hubo más participación, más diálogo y más conciencia ambiental en los territorios. El desafío ahora es que ese impulso se traduzca en compromisos concretos y sostenibles, y no se disuelva con el tiempo y se convierta en documentos olvidados.
La responsabilidad del periodismo no termina en la denuncia o en la visibilización de los problemas. Nuestro rol también es contribuir a la construcción de una cultura ambiental sólida, crítica y participativa.
Informar no basta: debemos educar, conectar saberes, amplificar las voces que cuidan el territorio y promover una conciencia colectiva que trascienda coyunturas.
Este es un esfuerzo que requiere constancia, ética y una mirada de largo plazo. Porque cuidar el medio ambiente no es solo una tarea técnica o política; es, ante todo, un compromiso cultural.
Desde la sala de redacción: 35 años de periodismo
Este proyecto es una mirada al pasado, al presente y al futuro de Colombia a través de la experiencia periodística. A través de estas crónicas, busco no solo recordar, sino entender las lecciones que el tiempo nos ha dejado.
Porque el periodismo no es solo contar la historia, sino cuestionarla y, en ocasiones, desafiarla.