Más allá del ataque con flechas

El ataque contra la Policía en Bogotá, donde varios uniformados resultaron heridos con flechas lanzadas por manifestantes indígenas frente a la embajada de Estados Unidos, revela el nivel de degradación al que está llegando el país.

Más grave aún es que existan voces que justifiquen estos hechos, pues ese tipo de discursos empuja a Colombia hacia una confrontación peligrosa, donde la violencia sustituye el diálogo y el respeto por la ley se desvanece.

Lo ocurrido no es un hecho aislado. En las últimas semanas se han registrado protestas violentas en Bogotá y distintas ciudades, entre ellas Cali, donde los bloqueos y los ataques al transporte público se repiten con una frecuencia alarmante, lo que indica que no se trata, aunque se quiera mostrar así, de hechos aislados.

Detrás de cada episodio parece haber un propósito más oscuro: sembrar caos, desgastar a las instituciones y debilitar la confianza ciudadana.

Es una espiral de desorden que amenaza el proceso electoral y la tranquilidad de los colombianos.

A pocos meses de las elecciones, todo indica que hay sectores interesados en fomentar el descontento, buscar un “enemigo común” y en aprovechar la protesta como herramienta de presión.

Es momento de actuar con determinación, de garantizar el derecho a la protesta sin que se vulnere el derecho de los demás a vivir en paz.

La fuerza legítima del Estado no puede ser vista como represión, sino como defensa del orden y la convivencia.

Colombia necesita elegir con calma y a conciencia, no en medio del miedo y la violencia. Las flechas y las piedras no son símbolos de resistencia: son señales de un deterioro social que debe frenarse antes de que la política quede reducida al ruido de las calles y al silencio de quienes prefieren no participar.

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