Cali, noviembre 12 de 2025. Actualizado: miércoles, noviembre 12, 2025 09:54

El síndrome del embalaje emocional

La gente que guarda cajas “por si acaso”

La gente que guarda cajas “por si acaso”
Fotos: IA
miércoles 12 de noviembre, 2025

Todos tenemos una caja que no sirve para nada. O varias. Una de zapatos que guardamos desde 2015 “por si toca empacar algo”, una bolsa de papel “muy linda” que nunca usamos, o la caja del celular viejo que probablemente no volveremos a ver.

No importa si somos minimalistas de discurso o acumuladores en secreto: el síndrome del “por si acaso” vive en todos.

Abrir un clóset hoy es como visitar un museo de justificaciones. Allí están las cajas de los electrodomésticos que ya ni funcionan, las bolsas de tiendas donde ni compramos más, y los empaques que guardamos como si fueran documentos históricos.

Algunos incluso conservan los plásticos protectores, como si fueran reliquias sagradas. Y cuando alguien pregunta “¿por qué guardas esto?”, la respuesta es inmediata y universal: “por si acaso”. Nadie sabe cuál es ese acaso, pero suena lo suficientemente importante como para no arriesgarse.

El “por si acaso” es una forma elegante de decir “no quiero soltar”. Detrás de cada caja vacía hay un poco de miedo: a necesitar algo y no tenerlo, a gastar de nuevo, o simplemente a enfrentar el vacío que deja el espacio libre. Porque soltar no solo libera lugar, también despierta ansiedad. Si algo está guardado, al menos está bajo control.

Acumular para sobrevivir

Algunos especialistas dirían que esto tiene raíces evolutivas. Los humanos aprendimos a acumular para sobrevivir. Guardar comida, herramientas o abrigo fue sinónimo de inteligencia.

El problema es que, en pleno siglo XXI, seguimos aplicando esa lógica a los empaques de televisores y a las cajas de los zapatos nuevos. Nuestro instinto de supervivencia se tradujo en guardar bolsas de papel y cables misteriosos de aparatos que ya no existen.

Pero el síndrome del embalaje va más allá del objeto: también es emocional. Guardamos recuerdos como quien guarda envoltorios. El tiquete del concierto, la caja del perfume, la bolsa del regalo.

No porque los necesitemos, sino porque nos recuerdan algo que no queremos dejar ir. Cada “por si acaso” es, en realidad, un “por si algún día quiero volver a sentir esto”.

La casa del acumulador emocional tiene rincones peligrosos: cajones llenos de pilas viejas, frascos sin tapa, cables de cargadores universales y manuales de electrodomésticos obsoletos.

Todo perfectamente inútil, pero emocionalmente reconfortante. Porque deshacerse de ellos no es solo limpiar: es aceptar que ya no los necesitamos. Y eso, para muchos, es casi filosófico.

Los que coleccionan cajas “bonitas

Hay un tipo particular de guardadores: los que coleccionan cajas “bonitas”. Guardan los empaques de perfumes, relojes o zapatos caros con la promesa de “usar la caja para algo”.

Pero ese algo nunca llega. La caja queda allí, mirando con orgullo a las demás, ocupando espacio y acumulando polvo. En el fondo, es un monumento al deseo de control: si la guardo, la vida es menos caótica.

También están los guardadores prácticos: los que realmente usan las cajas, pero para guardar más cajas. Es el nivel avanzado del síndrome.

Abres una caja grande y dentro hay tres medianas, cinco pequeñas y una bolsa doblada en triángulo. Es el Matrioshka del embalaje. No hay propósito, solo estructura.

Y, claro, los nostálgicos: los que no pueden botar la caja del televisor “por si hay que llevarlo a garantía”, aunque ya pasó la garantía hace cuatro años.

Son los mismos que guardan frascos de vidrio, tapas de botellas o bolsas “de tela ecológica” que jamás se usan. Lo que empieza como ahorro termina en arqueología doméstica.

A veces ese “por si acaso” es una excusa emocional para no enfrentar el paso del tiempo. Guardar es mantener viva una versión de uno mismo que todavía creía necesitar eso. Cada objeto tiene su historia, y botarlo se siente como borrar un capítulo.

Pero la verdad es que soltar también puede ser terapéutico. Cuando te atreves a tirar la caja del celular viejo o esa bolsa del 2018, algo cambia. Se despeja espacio físico y mental. Botar una caja puede ser tan liberador como una sesión de meditación: es decirle al universo “confío en que si lo necesito otra vez, la vida me lo traerá”.

Así que la próxima vez que te descubras guardando una caja “por si acaso”, hazte una pregunta simple: ¿por si acaso qué? Si no tienes una respuesta clara, déjala ir. La vida no necesita tanto embalaje. Y tal vez, en el espacio que queda libre, entre algo mucho más importante: aire, luz o paz.


La gente que guarda cajas “por si acaso”

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