Cali, diciembre 1 de 2025. Actualizado: domingo, noviembre 30, 2025 18:52
Cosas de niños
El misterio del niño que nunca tiene sueño… hasta que se sube al carro
Hay fenómenos de la infancia que desafían toda lógica científica, pero ninguno tan fascinante como este: un niño pequeño puede pasar dos horas diciendo que no tiene sueño, que está “súper despierto”, que solo quiere jugar, que dormir es para los débiles… pero basta sentarlo en un carro, incluso por un trayecto de diez minutos, para que caiga dormido en doce segundos.
Nadie sabe cómo funciona este hechizo. No hay estudio que lo explique. El carro es, simplemente, un anestésico natural para los niños.
Todo empieza en casa, cuando los padres llevan media hora intentando convencer al niño de que es hora de dormir.
El niño niega todo. Dice que no está cansado, aunque tenga ojeras del tamaño de dos continentes.
Afirma que todavía quiere jugar, aunque esté cabeceando. Insiste en que puede estar despierto toda la noche, aunque la voz ya le suene a sueño. Pero no, él no quiere dormir.
Parece tener una misión personal: resistirse a la cama como si fuera un entrenamiento militar.
Luego llega el momento mágico, el que cambia la historia: “Vamos a salir un momentico en el carro”. Y el niño, que estaba a punto de llorar del cansancio, recupera energía inesperada.
Pero esa fuerza dura lo mismo que dura el movimiento de cerrar la puerta del carro. Apenas el motor se enciende, se activa el hechizo.
El niño observa por la ventana dos segundos, hace un suspiro largo, acomoda la cabeza en la silla… y cae dormido. Así.
Sin resistencia. Sin drama. Sin llanto. Sin debates. El papá mira por el espejo retrovisor y sonríe incrédulo: el niño que hace tres minutos estaba discutiendo sobre si dormir era o no necesario, ahora está profundamente dormido, con la boca entreabierta y los brazos flojos, como un osito derrotado por el universo.
No importa a qué hora sea. Mañana, tarde o noche. El carro tiene un superpoder. Es como si la vibración del motor, el sonido monótono o el movimiento constante fueran un arrullo natural.
El carro es cuna, hamaca, cama y abrazo. No hay adulto en el mundo con esa capacidad de conciliar el sueño tan rápido.
Lo más divertido es que los padres empiezan a usar el carro como herramienta secreta. “¿No se quiere dormir? Vamos a dar una vueltica”. Y funciona. Siempre funciona.
El niño es el único ser humano capaz de quedarse dormido con la cabeza doblada a 45 grados, con zapatos puestos, con el cinturón apretado, con juguetes encima y con música a todo volumen. Pero está dormido. Y los padres experimentan una felicidad profunda, casi espiritual.
La llegada a casa
El único detalle delicado de esta técnica es el traslado. Ese momento, esa escena crítica donde los padres deben sacar al niño del carro sin romper la magia.
Es un ritual milimétrico. Primero se apaga el motor con delicadeza. Después se abre la puerta como si fuera una caja de cristal llena de mariposas.
Luego viene el traslado a los brazos, con respiración contenida. Si un zapato se cae, si un perrito ladra, si una puerta suena demasiado… adiós milagro.
Porque el niño que se duerme fácil en el carro también se despierta fácil si se siente traicionado por el ambiente.
Cuando el traslado sale bien, los padres celebran en silencio. Es una victoria digna de premio. Un logro más satisfactorio que cualquier ascenso laboral.
Pero cuando el niño se despierta a mitad del proceso y abre los ojos con mirada confundida, diciendo “¿ya llegamos?”, los padres sienten el dolor emocional de haber perdido una batalla sagrada.
Lo curioso es que el niño jamás reconoce este fenómeno. Él sigue diciendo que no tiene sueño. Aunque se haya dormido quince veces en el carro.
Aunque cada trayecto sea un knockout. Nada de eso importa. En su corazón, él sigue siendo un guerrero nocturno. Y en el corazón de los padres, él sigue siendo ese pequeño ser contradictorio y adorable que puede resistirse a la almohada, pero jamás al motor.
Con los años, este fenómeno se vuelve recuerdo familiar. Los padres cuentan historias del niño que se dormía en tres cuadras. El niño crece y dice “no me acuerdo”, porque así es la vida.
Pero la anécdota queda. Y queda también esa ternura profunda que solo da el sueño infantil: ese instante donde el niño, por más rebelde que sea, se abandona al descanso y, sin saberlo, le regala a sus padres un minuto de paz en medio del caos.
El carro, al final, es metáfora bonita: el niño se duerme cuando se siente seguro, cuando hay movimiento, cuando alguien más conduce.
Y quizá eso es lo que más conmueve a los padres. Porque en ese sueño rápido, casi mágico, está la prueba de que la infancia confía. Y cuando un niño confía, el sueño llega fácil, incluso en un carro a las nueve de la noche.
*Este artículo es hecho con inteligencia artificial con ayuda de un periodista del Diario Occidente.

