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De los clásicos al Boom Latinoamericano

Nuevos problemas y formas narrativas

Nuevos problemas y formas narrativas
domingo 23 de enero, 2022

Luis Ángel Muñoz Zúñiga
Especial Diario Occidente

La literatura, después de los clásicos, evolucionó en temáticas y formas narrativas. Hasta el siglo XIX los temas escogidos estuvieron relacionados con hechos trascendentales y con historias de linaje. Las novelas eran voluminosas y el lenguaje bastante académico. Esas obras literarias determinaron los programas de lengua castellana de nuestra educación hasta la primera mitad del siglo XX.

Los bachilleres debían leer obligatoriamente La Divina Comedia, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, La Ilíada, La Odisea y, demás obras clásicas, todas debían ser memorizadas en su versión original. Entonces su lectura era en cumplimiento de una obligación más que un acercamiento lúdico. No podía ser placentera porque se leía en sus versiones originales y sin contextualizarlas a nuestras realidades. Esto comenzó a cambiar cuando en los años cincuenta y sesenta varios jóvenes latinoamericanos ingresaron a la carrera de literatura en universidades de París y para cumplir con sus tesis de grado presentaron propuestas novelísticas de un sentir continental que innovaba con estilos breves y cautivadores dirigidos a nuevos públicos lectores. Fue un hecho cultural importante aprovechado por los editores europeos y que originó el fenómeno que se conocería como el Boom de La Literatura Latinoamericana.

Boom Latinoamericano

Carmen Balcells, editora y la editorial Seix Barral, publicaron las obras de los nuevos novelistas latinoamericanos que pronto se posicionaron en el mercado internacional del libro: Juan Rulfo, “Pedro Paramo”; Carlos Fuentes, “La región más transparente”; Julio Cortázar, “Rayuela”; Mario Vargas Llosa, “La ciudad y los `perros; Gabriel García Márquez, “Cien años de soledad”; José Donoso, “El lugar sin límites”, entre otros. El Boom Latinoamericano descubría ante el mundo a un continente que empezaba a interesar en una década donde se había dado la primera revolución socialista y replicaban los movimientos estudiantiles cuyo faro era el mayo francés de 1968.

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A la par de los movimientos culturales, “Cien años de soledad”, innova con la corriente literaria del realismo mágico. Este fenómeno editorial incidió en los programas de lengua castellana de la educación colombiana porque la literatura viene a ser una fuente de placer que motiva a los estudiantes y genera nuevas vocaciones hacia las letras.

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Fue tan impactante la renovación curricular que pronto van a verse los frutos cuando surgen los novelistas que la crítica va a denominar los escritores post-Boom: Andrés Caicedo, Laura Restrepo, Harold Alvarado Tenorio, Rafael Chaparro, Héctor Abad Faciolince, Piedad Bonnet, Santiago Gamboa, Marvel Moreno, William Ospina, Ángela Becerra, Carolina Sanín, Miguel Mendoza, entre otros.

¿Volver a los clásicos?

Los nuevos temas, estilos y formas narrativas, llevaron al otro extremo, su interés exclusivo en los programas de lengua castellana, a tal punto, que ahora el debate es si volver a los clásicos. Pero nunca se había planteado que el Boom Literario iba a relevar la literatura clásica. De ninguna manera.

Pero la acogida de la nueva novelística debe aprovecharse para que los estudiantes conozcan el valor lúdico de la literatura. Aspecto importante que ayuda a dejar a un lado la apatía o el sentido de obligatoriedad cuando se incursiona en las obras monumentales vigentes a través de los siglos. La literatura clásica es un ingrediente fundamental para la formación universal de los seres humanos.

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La nueva literatura es esa narrativa que de manera lúdica coadyuva en la comprensión de los problemas históricos, sociales y políticos, nacionales y continentales. La nueva literatura es un referente motivacional para el surgimiento de más escritores. Este es otro de los objetivos trazados por la misión educativa. La literatura representa esa materia prima fundamental para la ejercitación en la lectura crítica y el desarrollo de competencias comunicativas. No sobra advertir el cuidado de no ir a incurrir en el facilismo con las lecturas de textos de superación personal, que algunos docentes confunden con la temática literaria.

Comiendo letras

No basta la selección de una buena novela. Es muy distinto acercarse a la literatura dispuestos a comer letras. Los docentes de lengua castellana tienen que ser guías que con el ejemplo acerquen a sus alumnos a banquetes diarios donde degustarán la buena literatura.

Es decir, promover la lectura mediante actos placenteros donde los autores atrapen a los jóvenes y les estimulen su capacidad de asombro. En “Un manual para ser niños” (1995), Gabriel García Márquez, argumento: “Los colombianos, desde siempre, nos hemos visto como un país de letrados. Tal vez a eso se deba que los programas de bachillerato hagan más énfasis en la literatura que en las otras artes. Pero aparte de la memorización cronológica de autores y de obras, a los alumnos no les cultivan el hábito de la lectura, sino que los obligan a leer y a hacer sinopsis escritas de los libros programados. Por todas partes me encuentro con profesionales escaldados por los libros que les obligaron a leer en el colegio con el mismo placer con que se tomaban el aceito de ricino. Es este método de enseñanza –y no tanto la televisión y los malos libros- lo que está acabando con el hábito de la lectura. Estoy de acuerdo en que un buen curso de literatura sólo puede ser una guía para lectores. Pero es imposible que los niños lean una novela, escriban la sinopsis y preparen una exposición reflexiva para el martes siguiente. Es criminal, para él mismo y para el libro, que lo lea a la fuerza”.

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