Cali, noviembre 9 de 2025. Actualizado: sábado, noviembre 8, 2025 00:09

Ana Janeth Ibarra Quiñonez

Autoestima y ego: la línea sutil que define nuestras decisiones

Ana Janeth Ibarra

Hay una línea fina, casi imperceptible, entre la autoestima y el ego. Y sin embargo, esa diferencia sutil puede transformar una decisión en una oportunidad… o en un tropiezo.

Puede determinar el rumbo de una empresa, o el destino íntimo de una vida.

He sido testigo, una y otra vez, de cómo decisiones que parecían estratégicas y racionales, en realidad, respondían a un impulso emocional mucho más profundo: la necesidad de validación.

Y ahí es donde el ego entra en juego.

En este escenario lleno de expectativas y presiones, el ego actúa para impresionar. La autoestima, en cambio, actúa para construir con sentido.

El ego reacciona apresuradamente, buscando ser visto; la autoestima responde con firmeza, desde la serenidad de saberse suficiente. El ego quiere ser admirado. La autoestima, ser coherente.

Una mujer que decide desde la autoestima no necesita demostrar su valor. Se conoce, se respeta y actúa con confianza.

No teme al error, porque lo ve como una oportunidad para aprender, no como un golpe a su identidad. Puede decir “no sé” sin que eso le reste autoridad.

Puede pedir ayuda sin perder poder. Puede cambiar de opinión sin sentirse débil, porque su valor no depende de la percepción ajena, sino de su fidelidad a su verdad.

El ego, en cambio, no tolera grietas. Toma decisiones desde el miedo a parecer débil, desde la ansiedad de tener razón, desde la necesidad de no ceder terreno.

Es una máscara que oculta la inseguridad. Y cuando el ego domina la escena —ya sea en una junta, en una negociación, o en una conversación personal—, lo que obtenemos son relaciones tensas, inseguras y, a menudo, vacías.

En el ámbito empresarial, esto se observa con claridad. Líderes que no delegan por miedo a perder control. Equipos que compiten en lugar de colaborar.

Estrategias que buscan el aplauso inmediato, en lugar de construir una visión a largo plazo. Pero también lo veo en lo cotidiano: mujeres brillantes que postergan lo que desean por temor a decepcionar, o que toman decisiones basadas en lo que creen que “deberían ser”, no en lo que realmente sienten.

Esto no es un llamado al sentimentalismo o a tomar decisiones impulsivas. Es un llamado a la madurez emocional. A la valentía de preguntarnos, antes de decidir:

¿Estoy eligiendo desde mi autenticidad, o solo para sostener la imagen que otros tienen de mí?

La autoestima no busca ruido ni aplausos. Solo busca paz. Y desde esa paz, nuestras decisiones —en los negocios y en la vida— se vuelven más sólidas, más coherentes, más nuestras.

El ego puede ganar victorias rápidas, pero son efímeras. La autoestima, en cambio, crea decisiones fundamentadas en la claridad y la autenticidad, decisiones que resisten la prueba del tiempo.

Mientras el ego se desvanece, la autoestima perdura, dejando un legado que no solo nos define, sino que inspira a otros.

El ego puede ganar una batalla, pero la autoestima gana la guerra del tiempo. Y en esa guerra, lo que realmente importa es lo que somos y cómo decidimos ser.

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martes 19 de agosto, 2025
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