Cali, octubre 11 de 2025. Actualizado: sábado, octubre 11, 2025 00:26
El poder de la sabiduría popular
“Quien no escucha consejos no llega a viejo”, dice un refrán, por todos conocido y aprendido, alrededor del cual hay un total consenso sobre su verdad.
Y como éste hay muchísimos dichos, refranes y consejos más que conocemos desde pequeños, que nos recuerdan a nuestros abuelos, amigos, padres y hermanos, maestros o de vez en cuando también la propia conciencia, y que reconocemos como una fuente de sabiduría para saber andar correctamente el camino de la vida.
Son decenas de sentencias que, independientemente de la región, nivel social y cultural que tengamos o trabajo que realicemos, todos conocemos y, seguramente, en algún momento de la vida las hemos dicho como una reflexión o experiencia frente a algo que enfrentamos: “Al que madruga, Dios le ayuda”, “camarón que se duerme, se lo lleva la corriente”, “no hay que dar papaya”, “el vivo vive del bobo”, “más sabe el diablo por viejo que por diablo”, “cuando el río suena, piedras lleva”, “a caballo regalado no se le mira el colmillo”, “donde manda capitán, no manda marinero”, “no hay mal que por bien no venga”, “no hay que quemar pólvora en gallinazos”, “el que nada debe, nada teme”, “el que mucho abarca, poco aprieta”, “al bagazo poco caso”, “cría cuervos y te sacarán los ojos”, “dime con quién andas y te diré quién eres”…
Estos, y muchos más, no nacieron en las universidades, las salas de juntas de las grandes empresas, en los laboratorios de los investigadores, en los palacios legislativos o en las aulas de clase.
Surgieron de generaciones remotas del romancero español legado desde el siglo 15 y de campesinos o ciudadanos que, pero que, como producto de la sabiduría que dan los años, de gozar y de sufrir los altibajos de la vida, y de la prudencia y del sentido común, plasmaron estas frases célebres para llamar a la conciencia humana de lo que se debe y no se debe hacer para asumir el bien y evitar el mal.
Dicha sabiduría popular es, precisamente, la que favorece la convivencia, el respeto, la armonía en las relaciones sociales e, incluso, el éxito en la toma de decisiones relacionadas con acciones profesionales, con negocios y con actuaciones políticas de todos: De grandes y pequeños, de abuelos y de nietos, de jefes y de empleados, de maestros y de alumnos…
Eso sí, desoír este valioso cúmulo de experiencias de la humanidad representa una actitud de soberbia y vano orgullo de quienes creen que solo ellos tienen la razón, que ignoran que el azar, un designio superior inexplicable, los derechos de los demás o la imprudencia pueden acarrear trágicos momentos en la vida que no siempre permiten devolverse o arrepentirse.
En el fondo, la sabiduría popular responde a un principio propio de la naturaleza de todo ser humano, validada en todas las culturas y creencias religiosas: Hay que hacer el bien sin mirar a quien y así de paso vitar el mal.
Esta norma de oro de la conducta propia y de la interacción social debería acompañar toda relación humana, negocio, trabajo, actividad profesional, estudio, política, credo y, en fin, todo momento de la vida.
La “sabiduría” popular no es entonces una tarea de “los muy estudiados.” Se le llama popular porque cualquiera la entiende y cualquiera debería aplicarla.
Si cedemos a nuestra soberbia y orgullo, a nuestra creencia de que somos infalibles y de que todo debe ser para nosotros, nuestra Colombia dejaría el círculo perverso de las quejaderas por la violencia, la exclusión y la inequidad y pasaríamos a trabajar por conseguirlas creando proyectos que procuren la paz y el bienestar para todos como propósito colectivo, lo que haría profundo el sentirnos cada vez más orgullosos de nuestro respeto a la dignidad del otro como expresión de nuestra Colombianitud; este propósito inoculado en los que ya somos mayores debería motivarnos para sembrar en niños y jóvenes desde ya en su formación temprana ese liderazgo social transformador para el bienestar extendido a nuestras nuevas generaciones .