Cali, noviembre 22 de 2025. Actualizado: viernes, noviembre 21, 2025 23:07

En la política —y en la vida— no todo se vale

En la política —y en la vida— no todo se vale

Fernando Tamayo

La política siempre ha sido un terreno cruento de lucha, un espacio donde las tensiones y los conflictos forman parte natural del ejercicio del poder.

Pero hoy asistimos a una degradación distinta, más íntima y más peligrosa. La deshumanización del adversario y la crueldad se han convertido en herramientas frecuentes, casi legitimadas, dentro del debate público.

Ya no se busca simplemente vencer: se busca aniquilar simbólica y moralmente al otro. Se aplica, sin pudor, la idea de que “todo vale”, como si la destrucción personal fuera sinónimo de triunfo político.

Y lo más preocupante es que esta lógica ya no proviene de quienes, en teoría, representan las viejas formas de hacer política. No.

Hoy vemos a personas jóvenes —quienes se presentaban como la renovación ética, la alternativa al desgaste y al abuso— convertirse en expertos, llevando las prácticas que prometieron desterrar a niveles inéditos de crueldad. Quienes hablaban de respeto, renovación y decencia hoy son los mayores promotores del linchamiento digital.

Quienes pedían otra forma de hacer política han terminado superando peligrosamente a aquello que decían combatir.

El deterioro no está en la crítica y el debate —que son necesarios en toda democracia— sino en la forma. Lo vimos recientemente en el Valle del Cauca con los ataques contra la gobernadora Dilian Francisca Toro, donde las críticas fueron reemplazadas por burlas, montajes y memes.

Aquí no se trata de evaluar, cuestionar o discutir una gestión, sino de erosionar la dignidad personal. Y lo peor es que esa práctica, reproducida una y otra vez, termina normalizándose.

Las redes sociales se han convertido en el arma perfecta para herir. Allí se tergiversa, se manipula y se desinforma con una facilidad que asusta.

Se siembra indignación como si fuera un deporte, porque lo que lastima corre más rápido que lo que aclara. Vivimos conectados a todas las pantallas, pero desconectados de la verdad. Recibimos más contenido del que podemos procesar, y cada día parece que pensamos menos y reaccionamos más.

En medio de ese ruido que no deja respirar, las ideas se diluyen, la serenidad desaparece y la política queda reducida a golpes simbólicos, impulsos viscerales y emociones extremas que nos arrastran sin que siquiera nos demos cuenta.

En la política, el escrutinio público es indispensable. Exigir resultados, señalar errores y confrontar decisiones es parte esencial de la democracia.

Pero criticar no es destruir. Debatir no es humillar. Disentir no es sembrar odio.

La crítica construye; la crueldad degrada.

El argumento ilumina; la mentira oscurece.

Necesitamos recuperar la capacidad de distinguir el cuestionamiento legítimo de la agresión disfrazada de opinión, porque cuando confundimos esos límites, no solo empobrecemos el debate: empobrecemos la democracia misma.

Porque lo verdaderamente grave no es que algunos usen la crueldad como herramienta.

Lo grave es que tantos la hayan normalizado y la justifiquen como si fuera una expresión legítima de libertad o una estrategia válida de confrontación electoral.

Ese es el punto al que hemos llegado: donde herir se confunde con opinar y destruir se presenta como valentía política.

A estas alturas, la pregunta resulta inevitable: ¿Elegiremos seguir degradando y autodegradándonos… o tendremos el coraje de anteponer nuestra humanidad antes que la búsqueda desenfrenada del poder?
Porque tanto en la política como en la vida, NO TODO VALE.

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