Cali, octubre 11 de 2025. Actualizado: sábado, octubre 11, 2025 00:26

Adrián Zamora Columnista

Israel y Gaza: cuando se confunden los cimientos con los escombros

Adrián Zamora

El Acuerdo de El Cairo, firmado a comienzos de octubre de 2025, pretende clausurar una guerra que en dos años dejó más de 67.000 palestinos y casi 2.000 israelíes muertos.

La franja de Gaza, reducida a polvo, se ha convertido en el escenario donde la diplomacia intenta levantar, sobre los restos del desastre, una arquitectura política capaz de sostenerse.

Como en toda reconstrucción, lo esencial no es la rapidez de la obra, sino la firmeza de los cimientos. Pero hoy esas bases no se ven firmes.

El pacto luce pragmático con el canje de rehenes, la liberación de prisioneros, el repliegue parcial y la promesa de administración internacional.

Sin embargo, bajo esa superficie transaccional persiste la fisura que ha acompañado a cada intento de paz desde Oslo: Israel busca seguridad; pero los palestinos, soberanía.

Entre ambos objetivos se abre una grieta que ningún texto ha logrado sellar, porque no se trata de un diferendo territorial sino de una disputa existencial.

Lo ha advertido Ami Ayalon, exdirector del Shin Bet: este plan “no habla realmente del fin de la ocupación”, sino que asienta la paradoja de detener la guerra sin resolver sus causas

La historia ofrece ejemplos. Los Acuerdos de Dayton, que en 1995 pusieron fin a la guerra de Bosnia, silenciaron las armas pero institucionalizaron fronteras étnicas y congelaron la política.

Bosnia es hoy un Estado zombie, que existe por inercia; que ni colapsa ni avanza, sostenido por una burocracia internacional que administra la fatiga. Su paz no fue un proceso, sino un alto al fuego permanente.

En contraste, el Acuerdo de Viernes Santo de 1998 en Irlanda del Norte mostró lo que ocurre cuando la paz se concibe como diseño institucional y no como mera contención.

Allí se entendió que la reconciliación no nace del silencio de los fusiles, sino de un espacio político donde los antiguos adversarios puedan coexistir.

La clave fue reconocer legitimidades cruzadas y construir reglas que procesen el conflicto sin volver a la violencia.

Ese es, precisamente, el punto ciego de El Cairo. Algunos sectores del gobierno israelí confían en que la “destrucción total” de Hamás abrirá el camino a la estabilidad, pero ese horizonte podría producir el efecto contrario.

Un acuerdo que no atienda las causas estructurales del conflicto corre el riesgo de fragmentar el poder palestino y obligar, en el futuro, a lidiar con facciones dispersas y desgastadas, sin control político ni interlocución posible.

A ello se suma la fragilidad del entorno, en el que la coalición de Netanyahu está dividida, la población israelí reclama el fin del conflicto y el gobierno estadounidense, presionado por su propia opinión pública, busca resultados rápidos.

Mientras tanto, Gaza enfrenta la tarea de reconstruirse con más del noventa por ciento de sus viviendas dañadas y con una fuerza internacional que aún no define a quién obedecerá.

Por lo que sin coordinación política, la reconstrucción corre el riesgo de convertirse en otro frente de disputa.

¿Podrá este esquema resistir la fragmentación israelí y la desconfianza estructural en Gaza?, ¿qué legitimidad tendrá un arreglo gestionado por actores que no controlan el territorio ni representan a su población?, ¿Y será la comunidad internacional facilitadora del proceso o garante temporal del statu quo?

La respuesta dependerá de si los firmantes son capaces de pasar del apaciguamiento del conflicto a la gobernanza; porque la verdadera prueba de la paz no está en su firma, sino en su sostenibilidad.

El desafío no es detener la guerra, sino construir una arquitectura política que no vuelva a desmoronarse tan pronto se retire el andamiaje internacional.

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viernes 10 de octubre, 2025
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