Cali, noviembre 5 de 2025. Actualizado: miércoles, noviembre 5, 2025 19:12
La fatiga de existir en modo avión
¿Siente que duerme pero no descansa?
Dormimos, pero no descansamos. Cerramos los ojos, pero la mente sigue abierta como una pestaña más del navegador.
Nos vamos a la cama, pero el cuerpo sigue conectado al Wi-Fi del estrés. Vivimos agotados. No es cansancio físico, es una fatiga existencial que ni ocho horas de sueño pueden curar.
Dormir ya no alcanza porque nunca desconectamos. Apenas apagamos la luz, el cerebro sigue procesando pendientes: el correo que no contestaste, el mensaje que dejaste en visto, la reunión de mañana, el mundo entero girando en la cabeza. El cuerpo está horizontal, pero la mente sigue haciendo scroll.
Somos la generación que duerme con el celular al lado de la almohada, que despierta con notificaciones antes del sol y que sueña con Excel o con mensajes que nunca se envían.
Descansar se volvió un lujo. Lo hacemos a medias, con culpa o con ansiedad. Cuando el cuerpo por fin se relaja, llega la mente a recordarte todo lo que “deberías estar haciendo”.
Incluso los fines de semana se llenan de tareas. “Descansar” significa limpiar, hacer mercado, pagar cuentas, contestar pendientes o, en el mejor de los casos, ver una serie hasta la madrugada. Queremos desconectar, pero no sabemos cómo. Entonces inventamos excusas: dormir un poco más, tomar café, repetir el ciclo.
Hay una nueva epidemia silenciosa: la fatiga de existir. No la de trabajar demasiado, sino la de pensar sin pausa.
Vivimos saturados de estímulos, de información, de decisiones. El cerebro ya no distingue lo urgente de lo irrelevante. Todo parece importante, todo necesita atención, todo vibra.
Por eso muchos hablamos del “modo avión emocional”: ese deseo de apagar todo por un rato. No huir, solo desconectarse.
Como cuando pones el celular en modo avión para que nadie te moleste, pero lo haces con el alma. No contestar, no planear, no pensar. Solo estar.
Pero incluso cuando intentamos descansar, nos persigue la culpa. Vivimos en una cultura que glorifica la productividad.
Si no estás haciendo algo útil, sientes que estás perdiendo el tiempo. Y así, el descanso se convierte en otra tarea pendiente. Dormir ya no es placer, es trámite.
Hay algo profundamente humano en ese cansancio. Es el peso de estar siempre “encendidos”. No somos máquinas, pero actuamos como si lo fuéramos.
Nos exigimos rendimiento, conexión, actualización constante. Y luego nos preguntamos por qué despertamos cansados.
¿Qué es descansar de verdad?
Descansar de verdad implica más que cerrar los ojos: implica cerrar ciclos. Dejar el trabajo mental, la comparación, la presión de ser “suficiente”. Significa aceptar que el mundo puede seguir girando sin ti un rato. Que el silencio también es progreso.
Quizá deberíamos recuperar la siesta sin culpa, la noche sin notificaciones, la pausa sin propósito. Aprender a desconectarnos no por cansancio, sino por respeto a nosotros mismos. Porque si no paramos por decisión, el cuerpo lo hará por agotamiento.
Dormir ya no alcanza porque intentamos dormir dentro de un ruido que no se apaga. Pero todavía hay esperanza. Podemos empezar con pequeños gestos: dejar el celular en otra habitación, no revisar el correo al despertar, respirar antes de dormir. Reaprender a estar sin hacer.
El descanso no debería ser un premio ni una excusa. Debería ser una forma de vida. Quizás no podamos controlar el ritmo del mundo, pero sí el de nuestro cuerpo.
Y cuando logremos apagar el ruido externo, tal vez descubramos que no estábamos tan cansados de vivir, sino de no detenernos nunca.
Así que si hoy estás agotado, no te culpes. No es flojera, es saturación. Estás cargando más cosas de las que se ven. Y eso también se vale.
Pon el alma en modo avión, desconéctate de todo por un rato y recuerda: descansar no es dejar de vivir, es darte permiso de seguir haciéndolo sin romperte.

