Cali, noviembre 15 de 2025. Actualizado: viernes, noviembre 14, 2025 23:43

La curiosa psicología de adelantarse a la alegría

¿Eres de los que arma la Navidad en noviembre?

¿Eres de los que arma la Navidad en noviembre?
Foto: Pixabay
sábado 15 de noviembre, 2025

Hay un fenómeno social que se repite cada año y que divide al mundo en dos bandos: quienes esperan con paciencia —o resignación— a que el calendario marque diciembre para empezar a decorar, y quienes, apenas se apaga el último bombillo de Halloween, ya están desempolvando cajas, revisando luces y oliendo cada rincón de la casa para ver si ya huele a pino.

Para unos es exageración; para otros, necesidad emocional. Pero la verdad es que hay algo profundamente humano, casi entrañable, en esas personas que comienzan la Navidad cuando el año aún ni decide si va a mejorar o a empeorar.

Quien arma la Navidad en noviembre no lo hace por ansiedad, como algunos creen, sino por emoción pura. Es un tipo de persona que no espera a que el calendario dé permiso para sentir ilusión.

No depende de fechas exactas ni de tradiciones estrictas: sigue el impulso del corazón, esa vocecita interna que dice “ya es suficiente, necesito alegría”. Y, en un mundo donde las malas noticias abundan, esa necesidad no solo es válida, sino comprensible.

Un ritual terapéutico

La Navidad temprana es una decisión que tiene su propio ritmo. Para muchos, representa una forma de recuperar un poco de control sobre un año que siempre llega con sus propias turbulencias.

Sacar el árbol, abrir cajas llenas de recuerdos, acomodar figuras del pesebre y probar que las luces sigan funcionando se convierte en una especie de ritual terapéutico: una manera de organizar la vida interna a través del orden externo.

Decorar la casa renueva el ánimo, pone música al silencio y convierte el hogar en refugio cuando el mundo está demasiado ruidoso.

Visto desde afuera, podría parecer una exageración casi infantil. Pero la verdad es que la infancia tiene mucho que ver con este fenómeno.

La Navidad —sobre todo cuando se vive desde noviembre— conecta con la memoria emocional más profunda: las vacaciones del colegio, los olores familiares, las primeras luces en la cuadra, la sensación de que todo era posible y que el año siempre tendría un final feliz. Adelantarla es un intento por recuperar esa inocencia perdida en medio de la adultez.

Los grinch

No faltan los críticos, claro. Siempre hay alguien que dice “¡pero ni siquiera es diciembre!” o “¿no puedes esperar?”.

Y aunque lo dicen con tono de reclamo, la resistencia muchas veces esconde envidia. Porque algo se despierta cuando otros celebran: esa pequeña chispa que te recuerda que tú también quisieras sentir lo mismo, pero te da pena admitirlo.

El que critica al noviembrista navideño casi siempre termina dejándose contagiar. Es cuestión de tiempo.

Basta que escuche el primer villancico en un centro comercial o que vea una luz parpadear para que empiece a sentir la tentación de sacar su propia caja de adornos.

Armar la Navidad antes de tiempo también es una forma de romper la monotonía. Cuando el año ya se siente largo, cuando la rutina pesa, cuando el cansancio se acumula, la decoración funciona como una pausa emocional.

Es un recordatorio de que todavía hay cosas que valen la pena celebrar, de que no todo es prisa, trabajo y responsabilidades. Encender luces en noviembre es, en el fondo, un acto de rebeldía contra la seriedad del mundo adulto.

Luces y alegría

Pero más allá de lo emocional, hay algo profundamente social en este comportamiento. Las casas decoradas temprano se convierten en faros de alegría dentro de los barrios.

La gente pasa y sonríe. Los niños se emocionan. Los vecinos preguntan. Se genera una especie de contagio colectivo. La Navidad anticipada se convierte en conversación, en comunidad y en excusa perfecta para acercarse, aunque sea un poco, a los demás.

Armar el árbol en noviembre es, sin querer, una invitación a compartir luz cuando el año empieza a oscurecer.

Sin embargo, lo más interesante de este fenómeno es que revela un aspecto esencial del ser humano: todos necesitamos algo que esperar.

La anticipación es un motor emocional poderoso. Cuando alguien arma Navidad temprano, no está adorando adornos; está alimentando la esperanza.

Está diciendo que, aunque el año haya sido duro, todavía vale la pena ilusionarse. Y eso, en cierta forma, es una manera de sobrevivir.

Quienes decoran en noviembre suelen tener un secreto que rara vez dicen en voz alta: lo hacen porque la Navidad los hace sentir seguros.

Porque el brillo, el color y los rituales les recuerdan que siempre habrá un final dulce, incluso en los años más grisáceos. Armar todo temprano no es falta de paciencia: es un abrazo terapéutico, un acto de autocuidado disfrazado de tradición.

Así que sí, decorar antes de tiempo puede parecer exagerado, pero también es valiente. Es decidir que la alegría no tiene fecha. Que la ilusión no necesita permiso.

Que la luz se enciende cuando uno quiere, no cuando el calendario lo indica. Y quizás por eso cada año más personas se suman a este club silencioso de adelantados festivos: porque la vida es más amable cuando uno decide celebrarla antes de que empiece diciembre.

En definitiva, si eres de los que arma la Navidad en noviembre, no te disculpes por ello. En un mundo tan incierto, tener la capacidad de elegir la alegría es un superpoder.

Y si eso significa prender luces un mes antes… pues que viva la Navidad temprana. Porque, al final, no decoras la casa: decoras el alma.


¿Eres de los que arma la Navidad en noviembre?

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