Ladies Night y el machismo femenino

Hace una década imaginé un emprendimiento original y rebelde: crear un espacio exclusivo para la diversión y la libertad femeninas. Así nació LadiesNight.

La idea nunca fue provocar ni escandalizar, sino algo más simple y, a la vez, complejo: demostrar que una mujer puede divertirse libremente sin hacer daño a nadie, empezando por ella misma.

Pensé que el machismo sería la gran amenaza para materializar este sueño y que tendría rostro masculino: hombres que juzgan, señalan y controlan.

Sin embargo, con el tiempo llegué a una conclusión más incómoda: muchas veces los juicios machistas no vienen de los hombres, sino de otras mujeres.

Se trata de un machismo más sutil y doloroso. Un machismo que se reproduce entre ellas mismas: la mirada que evalúa, el comentario que corrige, la comparación constante.

Una especie de tribunal invisible donde las mujeres terminan siendo juezas de ellas mismas.

Por esta razón he llegado a creer que el verdadero empoderamiento femenino no empieza enfrentando a los hombres, sino desactivando ese tribunal interno donde las mujeres se juzgan entre sí.

Tal vez la libertad femenina comience el día en que dejen de ser sus propias carceleras; cuando entiendan que el goce de una no le quita nada a la otra y que una mujer no necesita pedir perdón —ni explicaciones— por disfrutar.

Lo que ocurre en Ladies Night no es banal. No pretendo compararlo con grandes revoluciones históricas, pero sí creo que toda liberación comienza con gestos cotidianos.

Así como en los años sesenta la píldora significó para muchas mujeres el control sobre su propio cuerpo, hoy seguimos aprendiendo que la libertad también pasa por el derecho a disfrutar sin ser juzgadas.

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