Cali, noviembre 24 de 2025. Actualizado: domingo, noviembre 23, 2025 11:24
Pero que muchos callan
La infidelidad: el terremoto emocional que nadie quiere vivir
La infidelidad es una de esas experiencias que alteran la vida como un terremoto silencioso capaz de derrumbar certezas, identidades y rutinas.
No importa la edad, el tiempo de relación o el tipo de pareja: cuando la fidelidad se quiebra, algo profundo se rompe adentro.
Lo curioso es que, aunque es un tema universal —todos conocemos a alguien que ha sido infiel, que ha sido víctima o que ha sobrevivido a ambas cosas—, sigue siendo uno de los asuntos más incómodos de hablar.
Produce vergüenza, duda, culpa, rabia, pero sobre todo produce una sensación de “¿y ahora quién soy yo después de esto?”.
Porque la infidelidad rara vez es solo un acto físico; es una fractura emocional. Muchos creen que la herida más profunda es la traición al cuerpo, pero la verdadera ruptura ocurre en la confianza.
De repente, lo que era sólido se vuelve incierto. Lo que era cotidiano se vuelve sospechoso. Lo que era hogar se vuelve extraño. La infidelidad obliga a mirar el espejo desde ángulos que uno no sabía que existían.
El engañado se pregunta qué hizo mal, si hubo señales, si falló en algo; el infiel se pregunta en qué momento empezó a desconectarse, por qué cruzó un límite que juró no cruzar, qué lo llevó hasta allí.
Las preguntas queman, y pocas tienen respuestas inmediatas.
Las razones por las que alguien es infiel son tan diversas como las relaciones humanas. A veces es vacío personal, a veces es desconexión acumulada, a veces es búsqueda de emoción, a veces es cobardía, a veces es impulso, a veces es falta de comunicación y, en ocasiones, simplemente es una mala decisión tomada en un mal momento.
La infidelidad no siempre tiene lógica, pero siempre tiene consecuencias. Y su impacto es tan fuerte que puede cambiar el ritmo de la vida para siempre.
Sin embargo, detrás del dolor y del drama, hay algo que casi nadie dice: la infidelidad expone verdades.
No necesariamente verdades sobre el amor, sino sobre las carencias propias, las expectativas, las necesidades emocionales, las heridas no atendidas.
Es una tormenta devastadora, pero también un espejo brutal. Y aunque nadie debería aprender desde la herida, lo cierto es que muchos descubren quiénes son realmente después de atravesarla.
Quien ha sido traicionado conoce el vértigo de perder el piso. Primero llega la incredulidad, luego la rabia, luego el duelo, luego la tristeza profunda, luego ese momento extraño en el que uno no siente nada, como si el corazón hubiera decidido desconectarse para no explotar. Pero también llega, tarde o temprano, la reconstrucción.
Esa etapa en la que uno entiende que la infidelidad habla más de la otra persona que de uno mismo. Esa fase en la que se reordena el mundo y se aprende a poner límites, a escucharse, a valorarse, a no negociar lo innegociable.
El infiel, por su lado, también entra en un viaje incómodo. Quien engaña y siente culpa sabe lo que es enfrentar su propia sombra.
Reconoce que el daño no se borra con disculpas y que el perdón, si llega, no es inmediato.
Y también aprende, si es honesto, que amar requiere madurez, coherencia y responsabilidad emocional. La infidelidad, por cruel que sea, tiene el poder de enseñar lo que el amor verdadero exige: presencia, claridad, valentía.
¿Es el final?
La sociedad suele juzgar la infidelidad en blanco y negro, pero la realidad es gris. Hay parejas que no sobreviven, hay parejas que se rompen para siempre, hay parejas que renacen más fuertes y hay parejas que descubren que estaban juntas por costumbre.
La infidelidad no determina el final: revela el camino que cada uno elige después. A veces la ruptura es liberación; a veces, la reconstrucción es la verdadera victoria.
Lo importante es entender que nadie merece cargar la culpa de lo que no decidió. Nadie merece sentirse insuficiente por los errores de otro. Nadie debería quedarse en un lugar donde ya no hay respeto.
La infidelidad duele, marca, modifica, pero también abre la puerta a una versión más honesta de uno mismo. Después del terremoto, uno aprende a construir sobre tierra firme.
Al final, la infidelidad es una experiencia que nadie quiere vivir, pero que muchos atraviesan en silencio. Y aunque es una de las heridas más difíciles, también puede convertirse en una de las revelaciones más profundas.
Porque cuando el corazón se rompe, también se abre. Y desde ese lugar vulnerable —pero auténtico— es donde suele empezar la verdadera vida emocional.

